Escribe Armando Miño Rivera, Periodista Independiente y Docente Universitario (Lima – Perú)
Siete presidentes en ocho años. Siete. Número cabalístico o simple coincidencia. Lo cierto es que hoy la banda presidencial la lleva Juan José Enrique Jerí Oré. Llegó al Congreso con unos paupérrimos once mil y tantos votos. Es decir, gobierna con el 0.017% del respaldo nacional. Toda una hazaña democrática, aunque en Perusalem —como ya se le podría llamar al país— estas cosas ya no sorprenden a nadie.
Un presidente con cuatro carpetas fiscales abiertas, incluida una por violación. Con una marcada afición por mujeres con poca ropa en Instagram y otras redes. Con comentarios machistas, misóginos y un historial de apoyo a leyes procrimen que votó sin chistar. Una joya redonda, nuestro “presi”. Es decir, pasamos de la incapacidad a la indecencia. De una mandataria inepta, tozuda y hasta incapaz de renunciar —Dina, claro—, a un personaje cuestionadísimo que visita cárceles para decirles a los ladrones “pórtense bonito”, mientras él y sus amigos del Congreso promueven normas que favorecen a los mismos choros. Sinvergüenza total.
Pero lo mejor —o lo peor— está por venir. Jerí, nuestro presi querendón, asume el poder y quien queda como presidente del Congreso es Fernando Rospigliosi, de Fuerza Popular. Sí, el mismo que votó a favor de leyes procrimen y de amnistías para militares y policías procesados o fugados por violaciones de derechos humanos. Y la novela continúa. El Parlamento, con el pretexto de la gobernabilidad, ya prepara su vacancia. Cuando las calles ardan —como ya están empezando a hacerlo—, todo quedará listo para que los naranjas de Keiko Fujimori, y ella misma por extensión, retomen el control del Estado.
Hace rato que ya no somos tres poderes. Vivimos bajo un Estado parlamentario, y de los peores de nuestra historia. Cuando esta columna salga publicada, quizás ya tengamos otro presidente. O ninguno. O, tal vez, por fin, se haya escuchado al pueblo. Cosa rara en la política peruana.