Escribe Armando Miño Rivera, Periodista Independiente y Docente Universitario (Lima – Perú)
Lo dijo con la seriedad con la que uno dice que se acabó el gas en la cocina: “Vamos a acabar con el sicariato y la extorsión”. Así, sin pestañear, como si lo dijera mientras se pone el mandil antes de preparar el arroz con pollo. Dina Boluarte, presidenta del Perú, nueva filósofo contemporánea, una sabía entre sabios, una iluminada por la gracia divina, hace semanas lanzó esa joya de promesa al país. Emulando a grandes pensadores de la historia como Aristóteles, Sócrates, Platón, Santo Tomás o San Agustín, nuestra ¿presidenta? dijo que la extorsión se acaba al apagar el celular y no contestar mensajes extorsivos. Truecaller, ya fuiste.
Desde la comodidad de su despacho, y con la parsimonia con la que se corta el pan en una mesa familiar, Dina ha declarado una guerra total. Pero la guerra no parece tener generales ni soldados. O sí los tiene, pero andan más perdidos que aplicación de delivery en huelga. Los sicarios, en cambio, siguen haciendo de las suyas, más organizados que grupo de WhatsApp de apoderados. La inquilina de la Casa de Pizarro ha dejado al mundo boquiabierto por la profundidad de sus estrategias, lo complejo de su pensamiento (nadie la puede comprender, es un éxito) y lo portentoso de su conocimiento, el mismo que debe venir del Sinaí, Olimpo o del Edén perdido.
La señora Boluarte debe ser la primera de la lista en cada discurso de los Nobel, sus ideas deberían ser plasmadas y guardadas como oro puro en las bibliotecas más prestigiosas de este planeta (y si llegan los marcianos, darles una copia) para que jamás, jamás desaparezca tal erudición. Qué talante, virtuosismo y retórica filosófica tiene nuestra Dina, nadie, ningún ser humano podría darle pelea, no tiene paragón.
Hablando en serio la calle ya no cree en promesas que parecen sacadas de un PowerPoint de colegio. El ciudadano de a pie vive con miedo, y el miedo no se disipa con discursos. Se necesitan reformas, inteligencia policial real, protección a testigos, inversión en prevención y oportunidades para los jóvenes que hoy son carne de cañón para las mafias. Mientras tanto, recuerde, no abra su celular, no conteste, no mire, no observe, su celular es Satanás.
Yo no sé si el humor salvará al Perú, pero al menos nos mantiene cuerdos. Porque entre las balas y los doblajes, entre la extorsión y los stickers, lo único claro es que la presidenta sigue en su nube de algodón… mientras el país se desangra a ritmo de reguetón viral. Una cosita más, ¿cuándo la sacan a la tía?







