Escribe Ricardo Hormazábal Sánchez, Abogado, ex Senador de la República.
Hace un año que mi querido amigo y camarada partió a reunirse con su querida Mabel y tantas otras personas que lo querían. Con cariño e ingenio, El Pulso.cl tituló ese día triste: “Falleció el primer patriota regionalista”, pero – agrego yo que – por “su convicción regionalista y sus ideas demócratas cristianas, amaba a Chile y actuaba como un ciudadano del mundo”. Donde había injusticia, Nicolás se sentía tocado, promovía la paz y las acciones comunes con otros países para servir a los más necesitados y no a los conglomerados financieros. Tenía una pasión inmensa por tantas actividades. La de su familia, las de sus coterráneos, por la DC y la justicia social.
Una figura como él, no podía irse un día cualquiera. Partió el 18 de octubre del 2019, justo el día en que millones de personas en todo el país se manifestaban para expresar su rechazo a un modelo ideológico individualista, egoísta, que convierte a las personas en mercaderías desechables, como ha señalado con tanta razón el Papa Francisco y expresaban a las élites dirigentes que era el tiempo del cambio.
No pude acompañarlo físicamente esta vez, como sí pude hacerlo con Mabel, por las medidas especiales que se adoptaron, pero lo tuve muy presente en mis reflexiones familiares. Mi familia lo conocía y lo quería ya que pudimos compartir con él y con Mabel varias veces, recibiendo el calor humano de esa pareja querida.
Nicolás fue un gran hombre de familia. Los ocho años que compartimos en el Senado lo envidiaba cuando me contaba que, al regresar de Valparaíso, o de sus reuniones en las numerosas comunas de esa zona, entraba a un sitio, dónde habían edificado diversas viviendas en las que vivían sus descendientes, de modo que sentía el ruido armonioso de sus familiares que lo recibían con alegría. Traté de convencer a mis tres hijas de hacer algo parecido, pero en una casa o edificio, pero aún no lo he logrado.
El despertar de un pueblo, su pueblo, lo tenía contento, ya que él sirvió los ideales de justicia social, democracia y solidaridad desde muy joven, en distintos ámbitos. Difundió y practicó la Doctrina Social de la Iglesia Católica, aún en los días del horror pinochetista, que, dejando atrás sus compromisos con el poder injusto, se convertían en una guía para la construcción de una sociedad más fraterna.
Para Enmanuel Mounier, uno de los filósofos católicos que fue importante para él y muchos de nosotros, una persona no podía identificarse plenamente ni con mil fotografías, porque un ser creado para trascender no podía limitarse en sólo algunos de sus elementos constitutivos.
Mi amigo era un político como se debe ser. Estaba triste, al igual que yo, por muchas carencias de las élites actuales, tanto civiles, militares como religiosas. Pero tenía esperanza. Lo repito, porque hay tanta carga negativa en un concepto que, para los católicos, es una de las actividades más indispensables para demostrar nuestro amor por el prójimo. Así lo enseñan las encíclicas sociales y así nos lo enseñaba un gran maestro como fue Jaime Castillo Velasco. No es una actitud nueva denostar a los políticos, pero no por ello debe desconocerse que la sociedad política necesita de personas que se preocupen de los asuntos que afectan a una comunidad y sean capaces de encontrar y promover el Bien Común de ellas, superando positivamente las legítimas diferencias de ideas o los distintos intereses sectoriales.
Estando en el Senado, apoyábamos los 15 Senadores DC de ese entonces, una Reforma Constitucional que era rechazada por la derecha. Un Senador de la UDI, hoy Ministro de Justicia en este gobierno, expresaba su rechazo a esta idea porque, en su opinión, tenían un objetivo político, que en su lectura era «menos poder para la gente y más para los políticos. Y que, además, no les importaba a las personas». Resultaba increíble que quienes habían respaldado al dictador más cruel de nuestra historia, que había concentrado todo el poder y que eran militantes de un partido político, se vieran a sí mismos, como entes apolíticos y que desconocieran las encuestas que mostraban una gran mayoría para dejar atrás el texto pinochetista.
Recuerdo que, durante ese debate, de abril del 96, le recordamos a ese Senador y a sus colegas, algo que creo puede ser útil para enfrentar las mismas brutalidades del período dictatorial que se dicen ahora. El entonces profesor de la Universidad Católica, don Hugo Tagle, católico monárquico por definición propia, en su libro “Visión de la Doctrina Política de la Iglesia Católica”, página 20, escribía: «En general, somos políticos todos los seres humanos – hombres y mujeres – de cualquier edad pues todos sentimos la necesidad natural de vivir en sociedad política, y por ello es que Aristóteles definió al hombre como animal político”. El distinguido profesor de filosofía del derecho, tan derechista como el que más, agregaba “que es político el gobernante pues tiene un rol especial en la sociedad, pero también es político quien se dedica a servir de modo directo a la comunidad política, en el todo o parte de ella, como un dirigente de un partido político o de una sociedad intermedia”.
Mi amigo, al que hoy le doy mi sincero homenaje, sirvió cargos de distinta índole y respetó plenamente esos ideales. En Coinco, en Rancagua, ciudad donde trabajó más de 30 años en el Hospital público, sirviendo además como regidor, Alcalde e Intendente, en su querido Colegio Médico, en el Club Deportivo O’Higgins o en los Scouts, Nicolás demostró que se podía hacer política decente, con nobleza y con respeto.
En estos días, en que se percibe un clima enrarecido por la injusticia, la violencia y la falta de comunicación humana, me fortalezco con el recuerdo de Nicolás en el primer Senado de la primera etapa de la transición. Nunca dejó de decir lo que sentía y de buscar justicia para los que habían sido víctimas de la Dictadura contra la cual luchamos. Pero nunca se mostró agresivo o violento con los que pensaban distinto. En un Senado con mayoría derechista, gracias a 9 Senadores designados, Nicolás Díaz defendía con pasión y argumentos sus ideas, pero como lo hacía con respeto, nunca hubo objeciones para que actuara como Presidente accidental en casi todas las sesiones durante la Presidencia titular de Gabriel Valdés.
Fue constructor de acuerdos e innovador en legislación, la lucha contra el tabaquismo, el abuso de menores y las atribuciones para las regiones. Pero siempre, pensando en Chile.
Estoy seguro que si estuviera aún con nosotros marcharía pacíficamente por las calles, hablando con los violentos para que no destruyeran lo que tanto le hace falta al pueblo. Pediría justicia para las víctimas de la violencia, fueran estas civiles o uniformadas y exigiría castigo oportuno y apropiado a los victimarios.
No tengo dudas que nos acompañaría en la campaña por el Apruebo y por la Convención Constitucional 100% elegida, porque son las soluciones en las que participa el pueblo y no las cúpulas, tal como lo hicimos en 1988 y 1989.
Porque él era una persona que promovía soluciones urgentes, pacíficas y eficientes, como las que ahora la Patria necesita.
El Padre Hurtado, hoy Santo, escribió: “a los políticos quisiéramos los simples ciudadanos, verlos de cabeza en los intereses de la Patria, estudiando con pasión los medios para hacerla progresar, de solucionar sus hondos problemas”. Estoy seguro que este hombre santo se ha encontrado feliz con Nicolás.
Al conmemorar un año desde su muerte física, reitero mi cariño para su familia y mi recuerdo emocionado para un POLÍTICO con mayúsculas.