Llamada de auxilio (cuento)

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Óscar André Miño Uriarte, escritor. (Lima – Perú).

 

«¿Hola? ¿Hola? ¿Alguien allí?»

Sonó la voz desesperada del otro lado de la línea. Jack estaba de turno esa noche; le habían dado sus indicaciones: cuidar del parque desde la torre. Nada más que eso: vigilar. En los últimos días habían desaparecido cinco personas de edades distintas en tan sólo una semana.

«Por favor… me van a encontrar».

Jack sabía lo que tenía que hacer. El micrófono estaba a unos pasos de distancia; solo tendría que oprimir el botón para entrar en la misma línea de la otra persona, pero…

—¿Encontrar? ¿Quién te va a encontrar, muchacho?

De repente, su paranoia regresó. Había comenzado la noche pasada, el 14 de junio de 2001, cuando se despertó en medio de la madrugada tras oír que alguien subía las rechinantes escaleras de la torre. No recordaba con detalles lo que pasó después, pero estaba claro que pudo sobrevivir a ese encuentro.

«¡Oiga! ¿ALGUIEN ME ESCUCHA, POR AMOR DE DIOS?»

—Sí te oigo, pero…

Pero no estaba hablando por el micrófono. Esa palabrita, «encontrar»… ¿Quién podría estar persiguiéndolo a esas horas de la noche? Más bien… ¿qué hacía él en el parque?

«¿Hola?»

El hombre lloraba, se notaba, pero Jack tenía mejores cosas que hacer. Evitarse problemas era una de ellas. El hombre siguió gritando por ayuda, que alguien lo estaba siguiendo, alguien con una túnica negra.

—Maldición.

«¡HOLA…!»

Desde la otra línea se oyeron interferencias. Jack estaba cerca del escritorio; su mano temblaba. Pensaba en esa interminable noche, cuando aquella sombra lo visitó, haciendo rechinar las escaleras.

Eran más de las once de la noche…

—¿Por qué estás aquí, amigo?

Sin querer, había apretado el botón, dejando oír su voz.

«¿Qué? ¡Hola, sí, hola! Por favor, ayúdame… Él me va a encontrar».

—¿Estás seguro? ¿Qué haría alguien como tú a estas horas?

 

«¿Qué? ¡ME PERDÍ, SOLO ESO…! ¡NO SOY UNO DE…!»

De ahí, lo único que escuchó Jack fue un disparo, luego un suspiro y después algo golpeando la hierba. Su dedo dejó de presionar el botón. Se giró en su silla y miró hacia la ventana, con la luz de la luna alumbrando el amplio bosque. No dejaba de temblar. Algo bien estúpido acababa de pasar al otro lado de la línea…

—No, no lo maté yo… Era uno de ellos, solo eso. Es más, puede que si no lo fuera…

Se convencía de una cosa y de la otra, pero sus palabras callaron cuando escuchó, del otro lado de la línea, otra voz:

«Te… veré… pronto».

Eso fue lo último que escuchó en toda la noche.