Óscar André Miño Uriarte, escritor. (Lima – Perú).
Iván estaba solo, pero literalmente solo, no olviden eso. Se encontraba trabajando en la carpintería con una sierra automática, de esas que se usan con los troncos. Muchos niños de la casa hogar le temen al ruido de la sierra, algunos dicen que por las noches esta se levanta para buscar presas, otros mencionan a un asesino suelto que usa la sierra para causar terror.
Iván, que estaba solo, no se creía esos cuentos, mírenlo ahora, usando la sierra que tanto terror causa a los niños para cortar un tablazo de madera y hacer unas sillas nuevas.
No lo crees ¿eh?
Escuchó en su cabeza, pero no se sorprendió, no es la primera vez que oye cosas.
Esto no es una broma, verás de lo que soy capaz.
Dijo de nuevo la voz, pero, así como la primera vez, a Iván no le importó. Termina con el tablazo y se toma un descanso, estaba agotado y prefería una limonada fría ahora. Sale del taller, se quita los guantes y se dirige a las enredaderas de rocoto, recuerda que una vez uno de sus niños tomó y comió uno de estos pensando que era una manzana, aún recuerda sus gritos de dolor.
Los recordarás ahora viejo, yo le dije que eran manzanas.
Otra vez la voz y esta vez Iván se levanta de golpe, porque sintió un escalofrío en la espalda. Entonces oye un ruido, uno que provenía del taller. Iván camina a paso ligero hasta allí para averiguar qué era aquello y con total horror y desconcierto ve que la sierra automática estaba en funcionamiento.
Sentirás el dolor de ese niño y creerás en lo que soy.
Dijo de nuevo la voz y esa fue la última vez que Iván la oyó. La sierra, como por arte de magia, acelera su corrida, luego se tambalea y de la nada, sale disparada contra la cabeza de Iván. Se le rompen los lentes, la piel, los músculos y luego el cráneo. Los siguientes siete minutos los pasó gritando, pero nadie lo escuchó porque, como dije, él estaba solo.