Escribe Armando Miño Rivera, Periodista Independiente y Docente Universitario (Lima – Perú)
Las elecciones en Estados Unidos no solo sacuden el propio suelo estadounidense, sino que las réplicas llegan con fuerza al sur del continente, sacudiendo a gobiernos y economías ya de por sí temblorosas. Si Donald Trump lograra otro término presidencial, el impacto en Sudamérica, y en especial en Venezuela, podría ser tan complejo como el intento de explicar la inflación venezolana en una conversación de sobremesa.
Sudamérica, conocida tanto por sus recursos naturales como por su propensión a la inestabilidad política, depende en gran medida de las relaciones comerciales y diplomáticas con Estados Unidos. Durante su presidencia anterior, Trump impuso políticas comerciales de corte proteccionista, revivió la doctrina Monroe y trató la región con una mezcla de indiferencia y ocasionales arrebatos de interés geopolítico. Su regreso, entonces, sería como ese invitado que promete cambiar pero llega a la fiesta con la misma chaqueta estrafalaria. Para países como Brasil y Argentina, un Trump renovado podría significar un retorno a tensiones en las cadenas de suministro y en la exportación de productos como la soja y el acero. Sin embargo, la administración Milei es cercana y más que afín a Trump, por lo que su ascenso a la Casa Blanca, creo, puede traer bueno dividendos para la nación che. Estos países y otros más pueden maniobrar con cierta habilidad, Venezuela, ya asfixiada económicamente, podría verse atrapada en un juego de ajedrez geopolítico donde siempre es el peón sacrificado.
El caso de Venezuela es especialmente sombrío. Durante su presidencia anterior, Trump intensificó las sanciones contra el régimen de Nicolás Maduro, lo cual, aunque dirigido a presionar a la élite gobernante, afectó severamente a la economía local y, por ende, al pueblo venezolano. Un segundo mandato podría ser visto como un déjà vu económico, donde las sanciones no solo se mantendrían, sino que podrían endurecerse, creando un aislamiento financiero aún más extremo. Como bien saben los venezolanos, las sanciones pueden llegar a sentirse como un bloqueo moderno donde el papel moneda se vuelve tan inútil como un cargador en medio de un apagón nacional.
El petróleo, como siempre, sigue siendo el corazón palpitante de las finanzas venezolanas. Aunque Estados Unidos redujo significativamente su dependencia del crudo extranjero, cualquier política de Trump que favorezca el autoabastecimiento energético y el desarrollo de fuentes domésticas de energía podría continuar afectando negativamente a Venezuela. Las sanciones ya impuestas a la empresa estatal PDVSA y a las exportaciones de crudo podrían intensificarse bajo un segundo mandato. En resumen, la industria petrolera venezolana sería como un Titanic cuya orquesta sigue tocando mientras la nave se hunde un poco más con cada movimiento.
Si Trump quisiera darle un giro irónico a su política exterior, podría revivir los intereses comerciales estadounidenses en países con quienes la relación es ambivalente, dejando a Venezuela y a su oro negro en una especie de limbo existencial. Es como si dijera: “Sí, queremos tu petróleo, pero no tus circunstancias”.
Para Sudamérica en general, un nuevo periodo de Trump podría acelerar la creación de alianzas económicas alternativas. La región podría intentar acercarse aún más a China y Rusia, dos jugadores que han aprovechado cada vacío dejado por Estados Unidos para aumentar su influencia. Para Venezuela, estas alianzas son tanto un salvavidas como un ancla. La dependencia de financiamiento y apoyo de estos países refuerza el régimen de Maduro pero lo hace más vulnerable a la influencia externa.
Imaginemos un mundo donde, en respuesta a Trump, Caracas se convierte en un bastión de los intereses chinos o rusos en la región. Las repercusiones económicas podrían ser complejas: un flujo de fondos que no es más que una cuerda de rescate atada a una roca.
En lo que respecta a las economías sudamericanas, Trump podría volver a poner sobre la mesa su deseo de renegociar acuerdos comerciales que, según él, no favorecen a Estados Unidos. En este caso, la región enfrentaría un dilema similar al de una licuadora defectuosa: ¿vale la pena seguir intentando que funcione o es mejor buscar una nueva? Países como Colombia y Chile, que tradicionalmente han mantenido una buena relación con Estados Unidos, podrían ver cómo sus exportaciones y proyectos de cooperación se ven obstaculizados o retrasados.
Decía el escritor Mark Twain que la historia no se repite, pero rima. En el caso de Sudamérica y especialmente de Venezuela, un segundo periodo de Trump podría sonar como una canción que ya todos conocemos, pero con un remix menos amigable. Es esa risa amarga que surge cuando se escucha un chiste que golpea demasiado cerca de casa. Al final, la cuestión no es si Trump volverá a agitar el tablero geopolítico, sino cuántas piezas quedarán de pie y, para Venezuela, cuántas monedas seguirán sirviendo para algo más que hacer origamis.