Escribe Armando Miño Rivera, Periodista Independiente y Docente Universitario (Lima – Perú)
Cuando uno se aventura por el mercado, en Gamarra o simplemente va de camino al trabajo, se encuentra con una fauna tan variada como impredecible: desde los vendedores ambulantes que ofrecen desde cinturones hasta min pao, o los que gritan con una pasión que haría que cualquier vendedor de enciclopedias se sonrojara de envidia. Ellos son los maestros de la persuasión, los virtuosos del grito de ventas, los artistas del regateo. Es un mundo donde cada transacción es una pequeña victoria.
Ahora, imagínese la sorpresa cuando, en lugar de encontrarse con uno de estos vendedores callejeros, se topa con la presidenta del país intentando vender su gestión. Sí, así como lo lee. Desde hace dos años, la señora Boluarte ha tomado el «Sillón de Pizarro» y parece que su enfoque para gobernar es más bien un espectáculo de «venta ambulante». No exactamente con éxito, pero con bastante desparpajo.
La señora Boluarte ha demostrado que no solo los vendedores callejeros tienen técnicas cuestionables; ella también sabe cómo hacerlo. Claro, su versión de venta es más bien una comedia de errores. En lugar de atraer a los ciudadanos con encanto y habilidades de persuasión, ella ha optado por la técnica del «grito y ofensa». Si alguna vez pensó que ser presidente era cuestión de dar discursos con clase, parece que se ha equivocado rotundamente. La señora Boluarte, con su estilo peculiar, parece más bien una estrella fugaz en una barra brava que en la presidencia.
Tomemos dos ejemplos para ilustrar su «estrategia». Primero, en la Parada Militar, un ciudadano se atrevió a llamarla corrupta. Y ella, en un arrebato de genialidad, respondió con un «¡TU MAMÁ!», como si estuviera en una batalla de insultos de secundaria. La escena fue tan surrealista que hasta los espectadores y millones de televidentes se quedaron con la boca abierta, preguntándose si esto era un reality show en lugar de un acto oficial.
Luego, tenemos el episodio en el que un reportero, visiblemente afectado por la inacción del gobierno frente a los incendios en la Amazonía, se quiebra en directo. La respuesta de nuestra presidenta, en lugar de ser un consuelo o una muestra de empatía, fue un seco «NO NECESITO SUS LÁGRIMAS». Lo que parecía una oportunidad para mostrar liderazgo y compasión se convirtió en un espectáculo digno de una telenovela de bajo presupuesto.
¿Acaso la señora Boluarte se ha olvidado de que tiene un rol que cumplir? Parece que las normas de etiqueta y los protocolos presidenciales no están en su lista de prioridades. Sus actuaciones han hecho que el país se vea, digamos, un poquito mal en el escenario internacional. Mientras tanto, ella sigue en su papel de vendedora de cebo de culebra, con la diferencia de que aquí, no se trata de vender, sino de gobernar.
Señora Boluarte, ya es hora de que se quite el disfraz de «vendedora de mercado» y asuma su rol de presidenta con seriedad. Los ciudadanos merecen más que un espectáculo de comedia en el gobierno. ¡Póngase al frente y gobierne, por favor!