Escribe Armando Miño Rivera, Periodista Independiente y Docente Universitario (Lima – Perú).
Lo primero que se viene a mi mente es la foto de un cumpleaños. Estaba cargado por ella, que lucía un pantalón caqui – no sé de qué color-, blusa y un hermoso cabello largo. Yo con una corona de cartón que simulaba la de un rey, pantaloncito y camisita, con los rulos cayendo por los costados.
Una escena viva también resplandece en mi memoria: El día que me llevó a mi nido. Allí conocí a mi profesa Ma Gloria, una gordita con cachetes brillantes y actitud amorosa. También a Juan Velitas, un niño que tenía ese apellido super raro y del que siempre me decían: el te quemó tu mandil. Recuerdo que caí de un columpio, me lastimé el pie y lloré a mares.
María me llevó por primera vez a un estadio. Jugaban las divisiones menores de Perú y Ecuador en el Estadio Nacional. Vi a los chicos del Zúñiga en el preliminar y así nació mis ganas por ser arquero, pasión que se concretaría en clubes de mi barrio y en mi querido Fe y Alegría, donde llegué a ser el titular en 1989.
Iba creciendo y María no me quitaba los ojos de encima. Recibí la chancla voladora y en ocasiones un palazo ¿Recuerdas María que una escoba se partió en mi cabeza? Bueno, cantar también me trajo problemas. En una ocasión estaba en la cocina ayudando a María apelar no sé qué. Justo recordé la tonada de una canción: qué calor, qué calor, sin ropita es mejor… y a los dos segundos, pummmm, una tapa se incrustó en mi cabeza ¡¡¡ María, es una canción, te lo juró!!! Qué canción ni qué ocho cuartos, malcriado. Nunca me creyó. Nunca. Y mi cabeza terminó con tremendo chichón.
María se negó rotundamente a que estudiará comunicaciones, “eso no da de comer”. Igual trabajé un par de años de mozo, técnico de farmacia y hasta de cobrador de micro. Junté mis chibilines y postulé. Ingresé a Harvartín. Ya dentro de la universidad, María solo atinó a decirme, “estudia mucho, yo te pago la pensión, tu ropa la vez tú”. Y terminé la carrera.
Luego vendría el trabajo, las idas y vueltas, los fracasos. Pero María estaba siempre a mi lado.
Un buen día le dije: me caso. Ella frunció el ceño, mis tías también. Igual aceptó. Me llevó del brazo desde la casa hasta el altar. Me bendijo y me dijo “sé feliz”. Ahora se lleva de maravillas con su nuera y ama a sus dos nietos. María es genial.
Hoy cumple 93 años. Y está entera. Con achaques, claro, pero más lúcida que cualquier político bribón. Come chocolates, toma gaseosa, va a Kentucky y no deja de salir a pasear. Esa es María.
Gracias María por ser como eres y estar con nosotros, porfiando. Gracias Mamá y feliz cumpleaños.