Escribe Armando Miño Rivera, Periodista Independiente y Docente Universitario (Lima – Perú)
Tenía 11 años, mi hermano 9 y mis primos entre 12 y 6, éramos 6 en total. A todos nos dijeron: “suban al auto, nos vamos a la playa, pero primero paramos en un restaurante unos minutos”. No fueron 20 ni 30 ni cuarenta minutos, si no 8 horas. En total 480 minutos de alcohol, sin playa, sin arena, sin comida (sí, de verdad) solo unos helados y los gritos d ellos tíos que nos decían “ ya no j….”.
Siempre he creído que el valor más grande que tiene una persona es su voz, su palabra, lo que sale de sus labios, su mente, su espíritu. No el papel, aunque en este se plasme lo que dice. La palabra es consecuencia de su ética, deontología interior y seria, consecuente con sus valores y moral. Las palabras son la exteriorización del ser humano como tal, nos dicen si es justo, confiable, honorable.
Dina Ercilia Boluarte Zegarra se lanzó a la piscina con una retahíla impresionante de ofrecimientos, cada uno más alucinante que otro. Durante más de tres horas, cual jabalina lanzada al aire, arrojó, disparó por su boca lo que vendría a ser su legado: “haré hospitales, aeropuertos, carreteras, colegios, fábricas, crearé un formato nuevo de policías al paso, Autoridad e Infraestructura (o sea más burócratas), otorgamiento de microcréditos a MYPES” y otro largo etcétera. No contenta con ello, ha solicitado facultades extraordinarias al legislativo para combatir la delincuencia (no sabemos si la de fuera o dentro del ejecutivo), mejorar la policía, cambiar el código civil y penal, sumando casi 70 reformas. Un peligro.
Sobre las mejoras al magisterio y la intervención del legislativo a SUNEDU, no dijo nada. Sobre entidades benéficas, nada. Sobre el olvidado Cuerpo de Bomberos, nada. Y así, otro largo nada de nada. Un tibio mea culpa, un discurso vacío de metas a largo plazo, además de no ser puntual del cómo y en cuánto tiempo se ejecutarán y terminarán sus regalitos de 28 de julio. Nada concreto, solo promesas, como hace 200 años con los libertadores, como hace 100 con los reformistas y republicanos, como hace 50 con la (de)reforma agraria y como hace 38 años, cuando mis tíos nos prometieron a mí a mis primos llevarnos a la playa y nunca lo hicieron.
Por eso no creo, ni en políticos ni en sus discursos sueltos. En todo caso, nuestras palabras deben estar secundadas por nuestras acciones. Esperemos (sentados por si acaso), en que se cumplan… pero no creo.