Por las historias y relatos, gracias

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Escribe Armando Miño Rivera, Periodista Independiente y Docente Universitario (Lima – Perú).

Cuando un presidente, gobernante, ministro o autoridad saluda a un ciudadano, usualmente lo hace de mano y es el de menor rango quien se acerca y hace un gesto de respeto. Esa regla se rompe en Japón, lugar distinguido por su respeto a los valores y ascendencia. El emperador es la figura insigne del país del Sol Naciente, todos le hacen loas o caravanas. Pero hay una excepción. El emperador inclina su cabeza y reverencia a la persona que se considera de más importancia: el maestro.

La figura del docente es insigne en muchos lugares, necesaria en la formación de nuevas generaciones. No solo es portador de una luz que marca el camino del pequeño que empieza en un aula de inicial a formarse. Es un guía que va marcando una pauta, un sendero por donde el estudiante  camina seguro, entendiendo que su función no solo es la de dar información, ser un mero repositorio de datos. La verdadera razón del docente es darle instrumentos a su discípulo para entender la vida, transitar por ella, verter su sabiduría y experiencia en esa persona, despertar el hábito de la imaginación, sorpresa, análisis y más adelante construir una mejor patria.

Recuerdo los docentes que me contaban historias, los que me dejaban pensando en Leticia de Crónica de San Gabriel o en los Buendía de Macondo. También los que contaban  relatos de Homero, los héroes griegos o los imperios romanos. Mi profesor de Historia Universal o el de Historia el Perú, el flaco Luis, que me hizo gustar la política, colocándome entre la izquierda abrasiva, la derecha capitalista o los de centro que no eran ni papa ni camote. Los que me hicieron analizar la realidad, pensar, interpretar y reinterpretar la realidad. Gracias por eso profe Olaya.

Sabemos de docentes que no dan la talla, esos que no merecen llevar el título, sello y prestigio del docente correcto, de ellos no trata esta pequeña columna. Hablamos del trabajador, ese que camina horas para llegar a su escuela, del que se amanece por crear algo novedoso o se pasa horas corrigiendo, modelando y produciendo. El docente peruano es como un iceberg: solo se ve la punta de su labor. Lo otro queda en la soledad de su ser.

Saludemos a los que han forjado una sociedad mejor, un mundo más justo, personas críticas, los que han impreso en nuestras mentes y almas lo mejor de sus años. A mi esposa, de la que aprendí la pasión, la excelencia, paciencia y creatividad. A esos maestro, gracias.