Los cerditos que se creían dioses (Parte 2)

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Escribe Armando Miño Rivera, Periodista Independiente y Docente Universitario. (Lima-Perú)

El corcel siguió su camino, siempre pensando que todo estaba bien, correcto. Él pensaba que pronto su vida cambiaría, que la felicidad al lado de otra persona sería extraña, rara, pero también satisfactoria. Una serie de emociones recorrían su mente, cuerpo y corazón. Llegado el lunes, el corcel estaba en medio de la pradera, siempre libre y alegre. Al ver a los tres cerditos trató de alcanzarlos. “Amigos, un momento, allá voy”, pero los tres siguieron su ruta. Nuevamente los llamó, pero fue inútil. Se dijo “quizá no me escucharon”. Lo mismo pasó unas horas después, el día y todo quedó así.

Amaneció un poco frío. Igual a la pradera, a correr y saltar. Vio a los cerditos y se acercó. “Hola, ayer los llamé, pero no me respondieron, cómo están”, ellos le dijeron que bien, pero debían salir a otro espacio, más allá, pero solo los tres, “¿pero no los puedo acompañar?”, preguntó el corcel. Nuevamente la respuesta fue negativa. El brioso animal solo atinó a retirarse, triste, sin entender por qué le daban la espalda, por qué ahora no deseaban hablar y estar con él.

Días después, a pesar de correr por el campo y rotar con otros amigos, el corcel vio a los tres cerditos y se animó a abordarlos. “Cerditos, qué pasó, los vi distantes”, apuntó. Por respuesta recibió que todo estaba bien, pero que mejor cada uno por su lado. El corcel no sabía que sucedía, hace unas semanas ellos querían estar con él, una cerdita sentía atracción e incluso le dijo que le gustaba como novio. Él no entendía.

Lo que pasaba es que todo era una mentira, una broma cruel. El noble corcel se enteraría por sus padres que ellos urdieron una trata para burlarse. “Hijo, indagamos sobre tus tres compañeros: la cerdita que mencionaste que te quería de pareja solo estaba haciéndote una broma. Otros corceles pequeños han mencionado que hicieron lo mismo con ellos, lo lamentamos hijo”. El corcel estaba triste, confundido, sin aliento.

A pesar de esto, el corcel continuó con su vida. Tres días habían pasado desde este evento. Pudo conversar con libertad, sin ira ni taras. “Papá, mamá, no importa, no deseo pensar más en esas cosas. Ello se lo pierden, ella se lo pierde”. Todo se resumía en su candor y amor, un corazón sin remordimiento, sin revancha.

Los tres cerditos, uno con pantalón y dos con falda, siguieron asistiendo al prado, pero algo cambió. Los demás seres del campo ya no los miraban igual, no conversaban ni deseaban estar con ellos. Sabían de sus intenciones, del cruel proceder. Sus acciones estaban pasándoles factura.  El corcel estaba feliz otra vez, caminando por el prado, con sus amigos y compañeros. Los tres cerditos -por lo demás-, se encontraban solos, sin palabras, pero con mucha culpa, la misma que ahora no sabían cómo saborear, porque cada acción malévola tiene un final peor, siempre.

PD: Esta es una historia sacada de la vida real, en tono de metáfora.

CON AMOR, PARA MI HIJO ÓSCAR.