Escribe Armando Miño Rivera, Periodista Independiente y Docente Universitario (Lima – Perú).
Hace tres días, desde la chimenea de la Capilla Sixtina —custodiada, por qué no imaginarlo, por una familia de gaviotas traviesas— comenzó a salir humo blanco. Habemus Papam. Millones de católicos, y también no católicos, ateos y personas de diversas creencias, estaban atentos al anuncio del nuevo Vicario de Cristo, o Su Santidad, como se le llama entre los fieles.
La sorpresa fue grande: no era europeo, ni africano, ni asiático, ni oceánico… ¡era americano! Como Francisco, sí, pero aún más al norte: de Estados Unidos. El protodiácono Dominique Mamberti fue el encargado de anunciar quién ocuparía la silla de San Pedro. Pero lo que realmente sorprendió al mundo fue descubrir que el nuevo papa también es… peruano. Así es. Con sabor a ceviche y olor a papa a la huancaína.
Robert Francis Prevost vivió en el norte del Perú durante casi 21 años. Caminó las calles de Trujillo y, sobre todo, de su querida Chiclayo, donde fue obispo y se fajó por su gente. En medio del fenómeno de El Niño costero, cuando las aguas arrasaron calles y poblados, anegaron casas y apagaron esperanzas, el obispo Prevost no se quedó en su despacho. Se calzó las botas y fue al encuentro del pueblo, literalmente entre el barro. Un pastor con olor a oveja. No le temía a los mosquitos ni a las ratas que emergían de las aguas servidas. Llevó consuelo, comida, agua y abrazos. Porque ese era su pueblo. No era un forastero, no era el gringo de paso. Era uno de ellos.
Prevost, ahora León XIV, fue un obispo valiente. No se calló ante los abusos del poder ni ante las muertes provocadas por la represión. Denunció la corrupción y la indiferencia de las autoridades. Fue una de las primeras voces en abrir espacio y escucha a las víctimas del Sodalicio. Con autoridad moral y sin temor, les tendió la mano. Muchos acudieron a él y encontraron una escucha atenta, sincera y profunda. “Rechazamos el encubrimiento y el secreto, eso hace mucho daño. Tenemos que ayudar a quienes han sufrido por el mal actuar”, dijo entonces. No hablaba por hablar: actuaba. No se escondía: construía puentes.
Su nombre papal no es casual. León XIII fue el papa de los obreros, autor de Rerum Novarum, un hito en la doctrina social de la Iglesia que defendió los derechos de los trabajadores, el salario justo, la propiedad privada y la justicia social. León XIV parece recoger ese legado: un sacerdote, un obispo, un papa cercano a los más humildes y olvidados. Ya lo dijo desde el balcón vaticano en su primer mensaje: la Iglesia es de todos y para todos. Más claro, imposible.
El nuevo sucesor de Pedro tiene por delante una tarea monumental, una cruz —como bien sabemos los católicos— enorme. No es un cargo, no es un título. Es un llamado, una responsabilidad inmensa. Le toca liderar una Iglesia sinodal en un mundo cada vez más individualista, donde el «yo» a menudo aplasta al «nosotros». Pero, además de papa, es peruano. Con DNI. Con SIS. Y ya sabemos cómo somos los peruanos: luchadores, trabajadores, capaces de hacer lo imposible, posible.
Así que Robert, León XIV, confiamos en ti. Desde aquí, nuestras oraciones te acompañan. ¡Vamos con fe!