Los cerditos que se creían dioses (Parte 1)

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Escribe Armando Miño Rivera, Periodista Independiente y Docente Universitario.

Estaban tres cerditos jugando a ser dioses. Los tres, dos con falda y uno con pantalón, siempre decidían a quien persuadir, manipular, conjurar o fastidiar. Como cada día la fauna estaba activa: se veían caballos, cisnes, elefantes, camellos, leones, algunos animales alados, otros terrestres y muchos acuáticos, todos en armonía, en conjunto. Los tres cerditos que se creían dioses husmeaban, miraban, estaban a la expectativa de un nuevo espécimen a quien sorprender.

Pasaron algunos días y su nuevo juguete estaba a la vista. Era un noble corcel, brioso, hermoso, sencillo, pero, sobre todo, amable y cortés. “Estimado corcel, brioso y noble, habrá una fiesta enorme, grande,  que te parere si vamos juntos”, le dijo una de las cerditas diosas. El corcel que siempre era atento y caballeroso aceptó sin chistar, “por su puesto estimada dama, me siento alagado y con beneplácito por esta inesperada pero atenta cortesía de su parte”, replicó el corcel. Pero eso no fue todo, pues, para sorpresa del corcel, la otra cerdita diosa le dijo: “sabe estimado corcel, usted desde hace un tiempo me ha llamado la atención, de hecho, desearía, si no es demasiado, que sea mi pareja formal”. Esto acarreo una enorme alegría al corcel que -extasiado- relinchó a más no poder.

Esa tarde, el corcel llegó a su estancia, contando a sus progenitores tamaña noticia. ”Estamos contentos hijo, nos parece extraordinario que alguien haya puesto tus ojos sobre ti”, dijeron, pero en su corazón sentían que algo no estaba del todo bien. Había un quejido sordo, una ardor helado, un palpitar lento que decía que algo no encajaba.

Al empezar la semana, el corcel se dirigió al campo. Le encantaba la vida, lo simple, la libertad, por ello caminaba y sonreía, pero sobre todo estaba radiante, pues guardaba y abonaba la algarabía del amor en sí. De un momento a otro, los tres cerditos dioses se le acercaron. El del pantalón le dijo: “corcel, qué bueno verte, espero estés bien”; el corcel dijo: “gracias amigo, claro que sí, estoy más que feliz”. El cerdito dios le inquirió: “amigo corcel, dime, ¿ya has besado a la afortunada de tu corazón?”, “no, no es posible, ella es mi amiga, aún no le he expresado mi amor, mi estima íntima, creo que no estoy preparado”, dijo el corcel. El cerdito dios le dijo: “pero es necesario, de lo contrario no podrás ser su novio”. El corcel replicó “es que no lo soy, aún no todavía”.

El cerdito de pantalón que se creía dios le insistió durante dos jornadas. El corcel, que había aprendido que todo tiene su tiempo, que nada se subyuga o pelea, si no que se gana y valora en el trámite de lo correcto, le manifestó así: “no, no, no me insistas, no es correcto”. El cerdito dios de pantalón le dijo simplemente “está bien, no te molestes”. Y por ese tiempo no lo incomodó.

Segunda parte… en una semana.