Escribe Armando Miño Rivera, Periodista independiente y docente universitario.
Un año para el olvido. Así fue el 2020. Un año que quisiéramos no volver a recordar. Y, si fuera posible, que no se nombre en ningún libro, pero sabemos, no es posible. Igual debemos ver lo nos dejó.
Una pandemia que sigue teniendo en vilo a la mayoría de países y que ha desnudado aquí y allá, mil cosas que sabíamos, que todos sabíamos: corrupción, falta de liderazgo, padrinazgos, gobiernos podridos hasta la médula, organismos internacionales que imponen fórmulas que no funcionan, FMI y Banco Mundial medrando y claro, millonarios haciéndose más ricos aún. El coste: millones de personas muriendo en diferentes latitudes del globo.
Esto no debe ser motivo de sorpresa. Se sabe y se sabía. Siempre. Hay élites que manejan todo a escala mundial, tejen su madeja tras los gobiernos, ponen presidentes, incuban virus. Todo. Y no es locura o un impulso por hacer una catarsis, no. Esto se ven cada día. Se ha visto en Sudamérica en décadas. Derrocando gobiernos democráticos, colocando dictadores, avalando fraudes y haciendo amistades peligrosas. Este año no ha sido la excepción. El virus es una forma de observar como las corporaciones se hacen más fuertes y nos dejan en vilo.
No ha bastado que ya el Covid19 nos drene, sino que ahora ya hay una ¿variante? que amenaza con una pandemia sobre otra y que augura miles de millones de dólares adicionales a las megaempresas farmacéuticas. Esto no es casualidad. En la era del conocimiento, cuando hay trenes bala, edificios gigantescos, túneles transoceánicos e internet super veloz, la vacuna no llega, pues es un tema más de dinero que de salud. Así se maneja esto amigos.
Otro asunto es el cambio de ideologías. Ya no basta ser de izquierda o de derecha o capitalista o rojo, amarillo o azul, hay que hacerle caso al Fondo, al Banco Mundial, a Soros y a los mega liberales, sino estás en otra, en otro planeta. No eres progre y caes, no están en sintonía.
Las políticas de inserción económica parece no funcionan. Hay cada vez más pobreza, más desigualdad social, más leyes que solo agobian a los ciudadanos y que se vuelven entuertos legales. En Perú hay un congrezoo que se crea cada ley que ya no sabemos si elimina, atribuye, estimula o reduce beneficios. Todo porque los legisladores que tenemos son populistas al mango o simplemente porque son un desastre mental. Así de sencillo.
Lo cierto es que este año no deja casi nada rescatable. Con excepción de que esta generación a decidido salir de su ostracismo e ir a las calles a reclamar. Pero se necesitan estos chicos en los puestos claves de un gobierno, para desarrollar las propuestas necesarias y realizar los cambios que se requieren en nuestros países. Quizá más adelante. Quizá.