El experimento Castillo

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Escribe Armando Miño Rivera, Periodista Independiente y Docente Universitario (Lima-Perú).

Aprender es bueno, loable, necesario también, indudablemente. Aprender debe ser la senda de todo ser humano, eso nos vuelve la mejor versión de nosotros día a día, claro, si ponemos en práctica las acciones que nos ayudaron a revertir lo negativo. Que bueno es aprender. Aprender a votar, en las próximas elecciones, debería ser un ejercicio de los ciudadanos responsables para no tener que ver lo que sucedió hace unos días y que fue observado a nivel nacional e internacional.

Primera entrevista: Lúcar hace las veces de interlocutor e intérprete del presidente Castillo. Lo arropa, lo tutea, dirige las respuestas, le hace cherry, lo direcciona para responder. Beto Ortiz en su programa dijo: “parecía un media training”. Y sí, eso parecía. Lúcar ya no sorprende. Lo hizo en la época de la dictadura Fujimorista, cada vez que le era necesario al partido naranja y la banda criminal del fujimorismo. Es terrible ver a un periodista ser el mermelero mayor, el sobón, el que pone los mejores adjetivos y respuestas en la boca de sus entrevistados. Eso no es periodismo.

Segunda entrevista: Hildebrandt interroga, perdón, habla amenamente con el presidente. Hubo momentos de preguntas algo incómodas, esas que se deben hacer para sacar lo mejor o peor del entrevistado. Pero el Hildebrandt inquisidor, el que te dejaba con la boca abierta, aquel que se metía en tu cabeza y parecía leer tus pensamientos y darte una estocada fría y letal con sus preguntas, el ácido y directo periodista que no dejaba espacio para el titubeo, ese periodista parece que no estuvo. Sin embargo, diré, fue más incisivo que Lúcar, definitivamente.

Tercera entrevista: Del Rincón arrinconando, metiendo miedo, dando lo que los otros no dieron, siendo mordaz y directo, arremetiendo con preguntas crudas, vistas frente a una realidad palpable: la de un presidente timorato, sin rumbo, sin planes, titubeante, que no sabe que está sentado en el Sillón de Pizarro.

Fernando fue irrespetuoso, no creo, si riguroso y sin medias tintas. Eso hace un periodista. Y Castillo, lamentablemente, no pudo salir de ese momento. Vimos a un presidente que no puede articular bien cuatro palabras y menos saber dar explicaciones de temas medulares como sus ministros, su plan de gobierno o cómo trabajará con su gabinete en estos cuatro años y medio que quedan, los lineamientos de estado que pretende reforzar o proponer o seguir, nada.  

Sin embargo, lo peor no fue tratar de sortear las preguntas, incluida la de deslindar de Maduro, Cuba y las dictaduras comunistas, diciendo frases mal articuladas, si no asegurar que está aprendiendo. Aprendiendo. Es decir, él llegó sin saber como gobernar, sin planes (ya eso se sabía) pero algunos creían que algo traía en la mochila. Pero no. Está aprendiendo con nosotros, es decir, somos su experimento. Y un país no es un experimento señor presidente. Un ciudadano no es un conejillo de indias al que, después de un tiempo, verificaremos si le hizo efecto el ensayo. No somos eso señor Castillo.

Ya leímos los titulares aquí y allá, lamentablemente hemos quedado peor que hace ocho meses. Somos un barco a la deriva, sin timonel, sin capitán y en medio de un mar bravo. Somos un experimento. El experimento Castillo.