El día en que Lima decidió jugar con fuego (literalmente)

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Escribe Armando Miño Rivera, Periodista Independiente y Docente Universitario (Lima – Perú)

Un incendio en un depósito clandestino (sorpresa, sorpresa) estalló en el corazón de Lima el lunes 3 de marzo. Y, como es tradición en esta ciudad, los bomberos VOLUNTARIOS (sí, esos héroes que no cobran, pero se parten el lomo) acudieron raudos a sofocar las llamas que ardían con más pasión que un reality show de verano. El escenario: edificios mal construidos, estructuras sin licencia y, por supuesto, miles de materiales que entraron sin preguntar ni pagar peaje. Vamos, un parque de diversiones para las llamas.

Los bomberos VOLUNTARIOS, esos seres que parecen sacados de un cómic de superhéroes con presupuesto recortado, trabajaron con las herramientas que tienen desde hace más de 160 años: equipos desgastados, máquinas seminuevas (o semiviejas, según cómo lo veas), mangueras que gotean como si fueran jeringas gigantes con incontinencia, logística limitada y, oh sorpresa, falta de agua. Porque, claro, ¿qué mejor momento para quedarse sin agua que cuando hay un incendio?

Pero estos VOLUNTARIOS (sí, lo pongo en mayúsculas porque se lo merecen) no se rindieron. Llevan casi 10 días luchando contra un incendio código 4, que en términos coloquiales significa «más grande que la deuda externa». Y mientras ellos sudaban la gota gorda, el alcalde de Lima decidió no aparecer por allí porque, según él, «no era figureti». Claro, porque un alcalde en medio de una crisis debe preocuparse más por su imagen que por, no sé, coordinar acciones para ayudar a los que están poniendo el pecho. Los ministros, por su parte, se hicieron humo (y no, no es sarcasmo, es literal). Y la presidenta, bueno, seguro estaba ocupada en algo importante, como elegir el tono de esmalte que combina con su nueva nariz.

El brigadier general Alfonso Panizo Otero, jefe territorial de Lima y Callao, fue claro como el agua que no tenían: «Los bomberos VOLUNTARIOS no pueden estar un mes apagando un incendio, se necesita maquinaria pesada y apoyo del Estado». Dijo lo que todos pensamos, pero con más firmeza que un padre regañando a un adolescente que llegó a las 3 a.m.

Pero, oh sorpresa, al señor Juan Carlos Urcariegui, jefe de INDECI (un general retirado que vive como rey con su pensión y su sueldo, mientras muchos peruanos hacen malabares para comer con 10 soles), no le gustó la declaración. Este señor, que seguro hace simulacros desde su oficina con aire acondicionado, tuvo el descaro de decirle al comandante Panizo que «los bomberos no pueden irse, que deben ser como Ugarte y Bolognesi, que lucharon hasta morir». Ah, claro, porque lo que necesitamos es que los bomberos se inmolen en nombre de la patria mientras él sigue cobrando su sueldo sin mancharse las manos. ¡Qué tal cuajo tiene este hombre!

El brigadier Panizo, un bombero con más de 40 años de servicio, con más calidad humana que la que Urcariegui tendrá en mil vidas, expresó lo que todos los bomberos VOLUNTARIOS sienten: frustración y desazón por la falta de apoyo. Pero, claro, como dijo la verdad, a muchos les ardió más que el propio incendio.

En fin, mientras los bomberos VOLUNTARIOS siguen luchando contra las llamas con lo poco que tienen, algunos funcionarios siguen en sus tronos, dando órdenes desde la comodidad de sus escritorios. Y así va la cosa, amigos: un país que prende fuegos y apaga héroes.