Escribe Armando Miño Rivera, Periodista Independiente y Docente Universitario (Lima – Perú)
Donald John Trump, empresario, millonario y cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos, ha emprendido su segundo mandato en la Casa Blanca con un objetivo claro: devolver al país su estatus de potencia indiscutible. A sus 78 años, este republicano de ascendencia irlandesa y alemana, padre de cinco hijos y conocido por su estilo directo y controvertido, se ha propuesto reafirmar el liderazgo global de Estados Unidos bajo un lema que resuena entre sus seguidores: «America First».
Sin embargo, más allá de la retórica, la pregunta que flota en el aire es si sus políticas internas reforzarán o debilitarán la imagen de Estados Unidos en el escenario internacional. ¿Cómo afectarán sus decisiones a las relaciones con otros países? Y, sobre todo, ¿estarán los estadounidenses satisfechos con el rumbo que está tomando su administración?
Las opiniones sobre Trump están profundamente divididas. Para millones de personas, es un líder fuerte que defiende los valores tradicionales y combate el crimen organizado con mano firme. Sus partidarios aplauden su postura contra grupos delictivos como el Tren de Aragua y los cárteles colombianos y mexicanos, así como su enfoque en la seguridad nacional. Recientemente, la condena a pena capital de dos venezolanos por un crimen atroz y la designación del Tren de Aragua como grupo terrorista en Texas han reforzado su imagen de líder decidido.
No obstante, sus detractores lo acusan de racista, antimigrante y excéntrico. Critican sus políticas hacia la comunidad LGBTQ+, su oposición al aborto y su manejo de la inmigración, que consideran despiadado y carente de empatía. Para ellos, Trump representa un retroceso en materia de derechos humanos y un peligro para la democracia. En el ámbito internacional, Trump ha encontrado aliados en figuras como Javier Milei, Nayib Bukele y Giorgia Meloni, quienes comparten su visión conservadora y su enfoque en la seguridad. Por otro lado, líderes como Claudia Sheinbaum, Gustavo Petro y Daniel Ortega han expresado su rechazo a lo que consideran medidas arbitrarias y unilaterales.
Pero más allá de las críticas y los elogios, Trump parece tener una misión clara: poner orden en casa. Su administración ha priorizado la creación de empleos para los estadounidenses, la lucha contra la corrupción en organizaciones no gubernamentales y la eliminación de lo que él considera privilegios injustos. Para Trump, ser presidente significa tomar decisiones difíciles, incluso si eso implica enfrentarse a críticas feroces.
Su postura en temas como la inmigración ilegal, el crimen organizado y la defensa de los valores tradicionales ha generado un intenso debate. Mientras algunos lo ven como un protector de la soberanía nacional, otros lo acusan de fomentar la división y el miedo. Lo cierto es que, en un mundo cada vez más polarizado, Trump ha sabido capitalizar el descontento de una parte significativa de la población.
Con una mayoría ajustada en el Congreso, Trump tendrá que negociar y buscar consensos para avanzar en su agenda. Su habilidad para «hilar fino» será crucial en los próximos meses, especialmente en temas delicados como la política exterior en Medio Oriente, Ucrania y América Latina.
Mientras tanto, Donald John Trump sigue adelante con su estilo característico: directo, polémico y decidido. Para bien o para mal, su segundo mandato promete ser tan intenso como el primero. Y, como siempre, el mundo estará observando.