Escribe Armando Miño Rivera, Periodista Independiente y Docente Universitario (Lima – Perú)
Las acciones de la naturaleza no son predecibles, pero sí dejan huellas, las mismas que pueden darnos lecciones y poder mitigar -en un futuro cercano- el impacto de estas. Los huaicos producto de las lluvias acaecidas en Lima y varias regiones del norte del país, son el claro ejemplo que no hemos aprendido nada. Pero no solo los ciudadanos de a pie, si no los gobernantes que llegan al poder, sea en el ejecutivo, las regiones y alcaldías.
Todos ellos temen la impopularidad, todos ellos prefieren el aplauso raudo y el abrazo con olor a multitud para hacerse de un cargo, sin pensar en las consecuencias de sus promesas. Esas promesas incluyen dar títulos de propiedad a diestra y siniestra, sin pensar en el catastro de cada espacio ocupado por millones de ciudadanos que desean vivir dignamente. Cuando llegan al poder, muchas de esas promesas se diluyen, como se han diluido en medio de huaicos cientos de casas, tragados por las aguas densas y marrones de nuestros cerros y montes, la mayoría gente humilde, engañadas por estos tinterillos del poder.
Otorgar certificados de vivienda en medio de una quebrada, a metros, centímetros del borde un río, cuando hay normas que impiden tal cosa debe ser castigada con cadena perpetua. Es un delito mayor dejar sin hogar a familias enteras. Es cierto que uno puede preguntarse por qué van a vivir allí, y es que el estado no se ha encargado en crear ciudades ordenadas, con espacios hacia arriba, dignos, apostando por la economía circular y viendo a futuro. Nada, nada. Solo populismo barato.
Para la mayoría de peruanos, tener una casa o departamento es casi inalcanzable. Los bancos tienen tasas altísimas de interés, pagaderas en 20 años y que en muchos casos duplica o triplica el costo inicial de una vivienda. En otras palabras, terminas esclavo de tu préstamo y cuando te das cuenta ya tienes 50 o 55 años o más. Y el estado, gracias señor, no veo, no oigo.
Espacios hay, terrenos existen, pero es más sencillo venderlos a sus amigotes y luego revenderlos a pocos peruanos. Los demás, total, como decía un expresidente que se quitó la vida, “son ciudadanos de segunda clase”. Increíble.