Escribe Cristián Garay Vera, Académico Escuela de Gobierno y Comunicaciones, UCEN.
El turismo es un recurso que en Chile, se vincula con la industria creativa, también llamada “Economía Naranja”. Una reciente encuesta de Global Metrics y El Mercurio aplicada a cien representantes del emprendimiento y la innovación chilena, asumió que este modelo debería ser el más relevante a desarrollar, superando a la “Economía Verde”, con foco en el ambiente; a la “Economía Azul”, centrada en la reducción de residuos; y a la economía dirigida a productos y servicios para adultos mayores o “Economía Plateada”.
Por otro lado, según el crítico Ruperto de Nola, el turismo se relaciona con el significado que el viajero le da a los paisajes, con el reconocimiento de “historias” reales o ficticias; además, por cierto, del turismo de naturaleza, en el cual prima la diversidad biológica, la belleza y lo poco alterado por la acción humana. “El producto turístico tiene una peculiar característica: se compra antes del momento en que se va a utilizar y lejos de donde se va a consumir”, como dice la experta colombiana, Clara Sández Arciniégas
Ambas ideas requieren estabilidad social y política. En estos tiempos hay eventos que están cambiando las percepciones de adonde cómo viajar. Líneas áreas low cost, que solo transportaban personas y un maletín; distancias mínimas entre los asientos; ventas masivas por sobre la comodidad, fueron innovaciones de aquéllas que no se podrán mantener en el escenario pos COVID- 19 donde las distancias serán mayores y los costos, también.
Bajo el supuesto de que el alto volumen de viajes caerá, la disputa de cada país será por ofrecer turismo seguro en lo sanitario, primando sobre el costo. La nueva ola de turismo, además, tendrá en cuenta la seguridad política y en este sentido la industria chilena tiene mucho que temer. La mantención de un alto grado de conflictividad llevaría al colapso a un sector que abarca transporte, hoteles, restaurantes, y que permanece en esta misma situación desde octubre de 2019. Chile no puede sostener una oferta de viajes razonable con este clima y se sumará la situación regional respecto del COVID-19. Desde este punto de vista, América del Sur está en zona de crisis salvo Uruguay. El mismo panorama incluirá a Perú, Ecuador, Colombia, Argentina y Brasil, lo cual impide sinergias turísticas para viajeros de otros continentes.
Parte de la resiliencia del país implica la necesidad de que el sector turismo participe activamente en las mesas sociales, políticas y económicas; prepararse para un flujo menor y más limitado de personas; reducir la expansión de este sector y ajustarla a viajeros de procedencia más cercana o simplemente locales y; bajar los precios respecto de destinos semejantes en la región.
Con todo, es probable que recién en 2023 pueda tener lugar un flujo reestablecido, pero aquí también la variable de cómo se desarrolle la política y el orden público son sustantivas para el futuro y añaden más elementos para escenarios negativos que positivos.