Escribe Jorge Gillies, periodista y académico de la Facultad de Humanidades y Tecnología de la Comunicación Social, UTEM.
Todo comunica, señala el primer axioma de la comunicación de la teoría constructivista. En ese contexto, el silencio puede ser una forma contundente de comunicación.
Este principio también es aplicable a la comunicación política, ámbito en el cual hay expresiones y puntos de vista que se mantienen en silencio o se relativizan en la medida que se salen de un supuesto consenso social, así llamado “políticamente correcto”.
Habrá de tal forma quienes aboguen públicamente por una solución consensuada a la crisis de Venezuela mientras piensan en privado “arrasen con el tirano sin tantos miramientos” o “aguante Maduro”.
De más larga data en nuestra política local es la ominosa afirmación “bien muertos están”, que goza de buena salud en ambos extremos del espectro político, según se ha podido comprobar recientemente.
La libertad de pensamiento es un derecho humano consagrado y nadie está obligado a expresar sus ideas públicamente. Más aun, el efecto paralizante que ejerce la reticencia a expresarlas es un hecho positivo: es mejor que muchas de estas ideas nunca se lleven a la práctica.
Pero en ocasiones cada vez más frecuentes sí tienen un efecto concreto, que se expresa en resultados absolutamente sorpresivos de contiendas electorales.