El corazón que nunca murió (cuento)

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Alberto Amigo M., escritor. Nacido en Concepción, Chile, es un periodista y Magíster en Comunicación Social, mención en Comunicación y Educación de la Pontificia Universidad Católica de Chile, actualmente viviendo en Rancagua. Su pasión abarca la ciencia ficción, las novelas de terror y, sobre todo, de las nuevas tecnologías como movilizadores de mensajes (o, dicho de otra manera, un influencer frustrado).

Esta combinación de formación académica y fascinación por diversos géneros literarios y tecnológicos ha influido en su enfoque creativo, proporcionándole una perspectiva distinta que se refleja en su trabajo y en su más reciente logro: la publicación de la antología «Cuentos de Alba y Muerte» a través de Aguja Literaria en 2023.

 

El corazón que nunca murió

El principito que me hacía muchas preguntas, jamás parecía escuchar las mías.

El Principito – Antoine de Saint Exupéry

La batalla no cesaba. El aire, lleno de gritos de los soldados caídos rugían hasta el otro extremo del poblado. El choque de las espadas clamaba con un fulgor similar al de los herreros al forjarla. En ese momento la muerte se posaba en una infinidad de personas que luchaban sólo por el odio de dos comunidades. Los caballos se quedaron sordos en el primer batallón, así que corrían sin rumbo mientras los hombres luchaban desesperadamente por la vida o la muerte.

Uno de los bardos de aquellos frondosos territorios, cuya fama precedía por contar las historias más maravillosas que se podían escuchar, estuvo al tanto de aquella batalla. Al conversar con un capellán que se encontraba de viaje, conoció que el odio de ambos establecimientos pronto podría traducirse en una guerra que destruiría todo a su paso. Él necesitaba contemplar cómo se desarrollaba este episodio, porque esto traería consigo una historia digna de los libros, y que podría cantar y recitar en los mejores castillos al norte de la región. Esta era la oportunidad perfecta para renovar su inventario, y al mismo tiempo, de conseguir algo más de dinero para sus propias pretensiones.

Un año antes, a 20 kilómetros de aquellas dos ciudades, el bardo decidió asentarse en una de las tabernas más prodigiosas del sur del país. Y no, no era por la cerveza bien cebada, ni por el pan perfectamente horneado. Él se quedó en aquel lugar porque la tabernera, una mujer de pelo frondoso y ondulado con un carácter recio y temida por muchos, le había robado el corazón.

Al principio la tabernera había desistido de las insinuaciones del bardo, pues conocía a los hombres del oficio, muy por lo general tenían amantes en cada lugar que visitaban y no estaban dispuestos a algo serio. Éste, con el tiempo, le fue demostrando que sus intenciones eran verdaderas, y después del quinto canto, ella quedó rendida con sus manos tocando el laúd y con su mirada sincera.

Varios meses el bardo decidió trabajar solo en los lugares aledaños, entregando calor y vida a los viajeros, muchas veces cantando en vivo en la taberna. Mientras que durante las noches acaparaban todo el calor que se transmitían a través de sus mejillas.

  • Bardo, en verdad os lo digo. Vos no hacéis idea de cuán horribles están las cosas en el sur. – le dijo el capellán mientras el bardo volvía a la realidad. Lo siguió escuchando atentamente. – ¿De veras queréis ir hasta allí?

Él no quería dejar su asentamiento en aquella ciudad, amaba a la tabernera más que a nadie en el mundo, pero por su naturaleza, después de tanto tiempo, estaba siendo llamado nuevamente a la aventura. La mujer sabía que en algún momento él se iría, y ella no se lo impediría por ningún motivo. Sin embargo, el bardo le prometió que pronto volvería, y que con todo el dinero que habría estado ahorrando durante ese año juntos, lo usaría para comprarse unas tierras en el norte, cercana a un castillo donde podrían abrir otra taberna y vivir con las comodidades de la gran ciudad. La mujer quedó complacida con la promesa que le hizo, así que cuando partió hacia el sur, la tristeza solamente se había transformado en anhelo.

En medio del caos, el bardo inmediatamente se arrepintió de estar en aquel lugar ¿Por qué había dejado el hermoso regazo de su amada por un lugar lleno de hombres con sangre en las manos? ¿Es qué había sido lo suficientemente tonto para aquello? Mientras observaba, tomó su laúd y comenzó a tararear algunas canciones y a improvisar con lo que estaba observando. A pesar de intentar hacer un relato épico de lo ocurrido, solo pudo pensar en la pena de la muerte en medio de tales circunstancias.

  • Moriría mil veces con agrado, si estuviera abrazado alrededor de vuestras piernas – cantó el bardo justo antes de que una flecha zumbara a través del aire y se le clavara justo en el corazón. Apenas sintió dolor, pero mientras estaba cayendo, sostuvo una carta que le había escrito a su amada justo la noche anterior.

El bardo se desvaneció lentamente y sus ojos se cerraron mientras sus últimas notas se desvanecían en el aire. El sonido de la batalla pareció disminuir, y todo lo que quedó fue el lamento de los hombres mientras su alma se elevaba hacia los cielos.

Al día siguiente, el capellán llegó al campo de batalla que esta vez se había transformado en un campo de los lamentos. Vio de cerca a todos los cuerpos que habían caído en desgracia, hasta que vio al bardo. Pudo reconocer sus ropajes y su cabello enmarañado desde lejos. Al conocerlo, realmente sintió pena por él, y mientras lo estaba bendiciendo, pudo identificar como en sus manos sostenía una nota que decía:

Mi sol, mi amada,
con tus ojos brillantes y tu sonrisa cálida,
iluminaste mi camino en vida,
esa luz ni en la muerte se apagará.

Te dejo mi corazón en tus manos,
pues a ti te pertenece.
Espero sepas perdonarme
por no seguirte hasta el final de tu vida.

Pero no te rindas ahora,
tu amor siempre estará presente en mi alma mortal,
por eso te pido que entierres mi corazón detrás del árbol
Aquel árbol donde nuestros corazones se fundieron.

Allí, en ese lugar sagrado, donde juramos nuestro amor,
estaré esperando por ti.
Nunca olvides el amor que te he dado,
y en mi partida, que tu amor siempre esté sellado.

La mujer desconsolada en su habitación leyó atentamente la nota, repasando aquel papel unas cien veces aún sin creer que su amado había muerto para siempre.

Eran las 1.11 am y sus lecturas nocturnas se propagaban como fuego ardiente de verano. sin detenerse, leía todas las historias que el bardo había escrito y hecho canción. Aquel hombre la había hecho ablandarse. Ella nunca fue una persona que anhelaba el amor, pero él le había cambiado, y esa noche se empapó de aquellos recuerdos, de besos desesperados, de pasajes caminados por su espalda y alguna que otra cabalgata al borde de un acantilado. No podía evitar recordar lo mucho que lo había amado, con un fulgor que ni la distancia podría apagar.

Después de repasar todos aquellos recuerdos, le puso atención a un detalle dentro de la nota: El bardo creía en una leyenda: El corazón muchas veces debía ser enterrado separado de las personas. Pero no porque el cuerpo fuera difícil de transportar, sino por una historia que él le había contado. Él le confesó en algún momento, en su dogma familiar, creían en la antigua leyenda que, si una persona moría, el corazón de los sentimientos flotaría sobre los cadáveres inertes y apagados buscando ser reclamados por la persona de quien este estuviera enamorada. Según las antiguas tradiciones, si al cabo de una semana no era exigido, su amante moriría a los días siguientes.

  • Esa es la razón de porqué muchas parejas fallecen casi al mismo tiempo – le dijo esa vez el bardo.

El capellán se había demorado varios días en dejarle la carta a la tabernera, así que aquella noche, cuyo sueño se había esfumado por completo, decidió bajar hasta la tumba de su amado, a varios kilómetros de distancia.

Mientras cabalgaba por la noche, pensó en morir, así podrían juntarse en la otra vida. Ella no sabía si finalmente eso ocurriría, pero estaba segura que debía primero cumplir las palabras de su prometido.

Al llegar en la madrugada a los dos poblados gemelos, pudo ver a lo lejos como la destrucción ya era parte de la arquitectura. Sin embargo, eso era lo que menos le preocupaba. Ya habían pasado varios días y necesitaba encontrar la tumba de su amado.

Su caballo quedó amarrado justo en uno de los rincones del acampado. Había cientos de tumbas, la mayoría sin identidad, a excepción del bardo, que al haber sido amigo del capellán, este decidió construir un espantapájaro con el ropaje de aquel hombre. Al ver aquel lugar, la mujer no pudo evitar llorar.

Sintió su corazón inerte, mientras veía la fría tumba de la persona que alguna vez había sido su amado. No podía creer que todo estuviera ocurriendo. Era tan extraño todo y a la vez demasiado triste para procesarlo.

  • Saludos – dijo torpemente mientras cavaba en la sepultura para extraer su corazón. No tuvo que sudar mucho porque apenas si lo habían enterrado. Al contemplarlo desnudo, optó por extraerle rápidamente el corazón mientras lo envolvía en un pañuelo. – Te extraño ¿Sabes? Sé que nunca fuimos una pareja perfecta, nunca pretendí, pero hubiera deseado que hubieses permanecido a mi lado.

No obstante, siempre comprendí tu naturaleza aventurera, por lo cual solo te recordaré el gran amor que te tuve en vida. En cierto modo, sé que no quisiste que esto ocurriera, pero el hecho de que fuera tan repentino me hace sentir como si hubieses decidido que así fuera, y te odio por ello…

No lo digo en serio, solo me encuentro algo molesta y me parece injusto que esto te haya sucedido ¿Sabes? Hubiera preferido incluso morir contigo, y seguiré considerándolo hasta mi último día.

  • No… – dijo una voz gutural en medio de la nada.
  • ¿Os estoy imaginando?
  • No…
  • ¿En serio sois vos? ¿Te estáis rehusando a la muerte?
  • No… No te tienes que morir – dijo por fin
  • ¿Por qué no? Habría estado mejor contigo
  • No vale la pena morir por alguien
  • ¿Entonces cómo te veré? Necesito tus manos encima de mi rostro una vez más, necesito despedirme de ti como corresponde… lo necesito. – En un momento una sombra se posó al frente de ella. Supo de inmediato que se trataba del bardo, despidiéndose una última vez a través de su corazón. Sintió como si unos labios invisibles le besaran los suyos. O al menos eso quiso pensar.
  • Yo te amé más que a nadie, y estoy seguro que volverás a amar.
  • No digas eso, me partes el corazón.
  • Tienes que seguir avanzando
  • ¿Y si no?
  • Entonces yo tampoco lo haré. – le respondió mientras la mujer guardaba el corazón de su amado en su bolsillo.
  • Me llevaré tu corazón para tenerte siempre cerca de mí.
  • Y cuando conozcas a otro, ámalo con la misma fuerza o más con la que me quisiste a mí.

La mujer no paró de llorar al escuchar aquellas palabras, y de un segundo a otro, la sombra desapareció.

Durante el día, cuando ya era medianoche, la mujer volvió a su taberna, y lo primero que hizo fue enterrar el corazón de su amado en el árbol que le había prometido. Luego de eso, sintió una fuerza que le pedía dormir hasta el otro día. Así que al terminar, apagó todas sus velas y comenzó a dormir. La mujer cerró los ojos, sintiendo como las lágrimas le resbalaban por las mejillas mientras se aferraba a su almohada.

En la noche logró despedirse de su amado una última vez. Ambos se visitaron en ese sueño y cabalgaron juntos hacia el norte, visitando el castillo que el bardo le había prometido y construyendo un nuevo hogar. Aquel fue el sueño más dichoso que experimentó, tan colmado de felicidad que pareció destinado a durar para siempre.