Los científicos Katalin Karikó y Drew Weissman han sido galardonados con el Premio Nobel de Medicina este 2 de octubre por sus descubrimientos sobre la interacción del ARN mensajero con el sistema inmune. Su trabajo fue indispensable para el desarrollo de vacunas de este tipo, claves en la lucha contra el Covid-19.
(FRANCE24-Reuters).- Cuando se conocieron en 1998 haciendo fila para la fotocopiadora en la Universidad de Pensilvania, Katalin Karikó y Drew Weissman estaban lejos de imaginar que 25 años después recibirían conjuntamente el Premio Nobel de Medicina por el fruto de sus investigaciones.
La bioquímica húngara y el médico estadounidense descubrieron en 2005 cómo se podía modificar el ARN mensajero generado en laboratorio para que pudiera ser utilizado con fines terapéuticos. Entre ellos, las vacunas: su avance científico fue esencial para el desarrollo de las inmunizaciones contra el Covid 19 «a una velocidad sin precedentes», declaró la asamblea de los Premios Nobel.
Además de acelerar el proceso de creación de vacunas, también lo hizo más flexible y adaptable, algo que facilitó la producción a gran escala de este tipo de fármacos y permitió atajar los contagios durante la pandemia.
Dos científicos a contracorriente
Sin embargo, entre 2005 y 2020, su descubrimiento había quedado en los márgenes de la ciencia. Mientras investigaban, tanto empresas farmacéuticas como universidades desestimaron sus postulados y les resultó muy complicado conseguir financiamientos. Katalin Karikó tuvo que lidiar incluso con la posibilidad de ser degradada varias veces dentro de la universidad.
En reacción a la entrega del Premio, la galardonada recordó todos los años en los que su madre le decía que seguro lo ganaría. «Trabajas tan duro, decía ella. Y yo le respondía que muchos, muchos científicos trabajan muy, muy duro», compartió Karikó. Ahora se ha convertido en la mujer número 13 en ganar el Premio Nobel de Fisiología o Medicina, cuya primera entrega se realizó en 1901.
Katalin Karikó llegó a Estados Unidos desde Hungría a finales de la década de 1970 y empezó a trabajar como profesora asistente en la Universidad de Pensilvania. Tenía la convicción de que era posible desarrollar las técnicas conocidas de trabajo con ARN mensajero para utilizarlo con fines terapéuticos, pero la comunidad científica del momento no lo consideraba viable, sufrió burlas por parte de sus compañeros y no conseguía atraer fondos.
Drew Weissman llegó a Pensilvania en 1997. Su investigación estaba especializada en el sistema inmunológico. La bioquímica y el médico decidieron emprender una investigación conjunta.
«Durante los 20 años que trabajamos juntos, antes de que nadie supiera qué es el ARN o le importara, éramos nosotros dos, literalmente, lado a lado trabajando juntos, hablando, discutiendo sobre nuevos datos», dijo Weissman en una grabación compartida por la página del Nobel.
Para él, recibir el Premio Nobel es «un honor increíble», y recalcó que «no habríamos alcanzado este resultado si no hubiéramos trabajado juntos».
Actualmente, Weissman trabaja como profesor para la investigación de vacunas en Pensilvania, mientras Karikó es profesora en Hungría. La bioquímica había dejado temporalmente la universidad en 2013, después de haber sido forzada a retirarse, y entró a trabajar en BioNTech, empresa alemana especializada en investigación de ARN mensajero y sus posibles aplicaciones contra el cáncer. Con la pandemia, Pfizer y BioNTech se unieron para desarrollar una de las vacunas de ARN mensajero más eficaces contra el Covid-19.
«Juntos han salvado millones de vidas, previnieron Covid-19 severos, redujeron el peso de la enfermedad y permitieron la reapertura de las sociedades», destacó Rickard Sandberg, miembro de la Asamblea Nobel del Instituto Karolinska.
Más precisamente, ¿qué descubrieron Karikó y Weissman?
El ARN es una molécula que copia la información genética del ADN y la transporta fuera del núcleo de las células para convertirla en las proteínas que nos permiten respirar, movernos… cumplir nuestras funciones como organismo vivo.
Existen diferentes tipos de ARN, entre ellos, el ARN mensajero (ARNm), que traduce el ADN y transmite la información. El método para producir ARNm en laboratorios (transcripción in vitro) existía desde la década de 1980, pero su uso con fines terapéuticos no se consideraba viable, pues provocaba inflamaciones en el cuerpo.
Karikó y Weissman vieron el alto potencial del ARNm para la salud. Su investigación logró descifrar por qué el cuerpo se inflamaba ante el ARNm de transcripción in vitro y cómo impedirlo para que el ARNm pudiera servir al desarrollo de la medicina. Por ejemplo, a través de las vacunas, enseñándole al cuerpo a hacer las proteínas características de un virus para que el sistema inmune aprendiera a prepararse frente a un contagio.
Descubrieron que las células dendríticas (encargadas de estimular las respuestas del sistema inmune) reaccionaban negativamente al ARNm de transcripción in vitro porque lo consideraban un agente extranjero en el cuerpo. Pero, cuando al cuerpo entraba ARNm de otro mamífero, que suele tener modificaciones químicas, no se producía la misma reacción.
Entonces, Karikó y Weissman empezaron a modificar el ARNm de laboratorio, hasta que consiguieron dar con la fórmula que no sólo no provocaba inflamación, sino que además producía proteínas más eficientes. Específicamente, cambiando la base U del ARNm (uridina) por una pseudouridina.
Así, Karikó y Weiss revolucionaron el paradigma de nuestra comprensión sobre cómo las células reconocen y reaccionan frente a distintas formas de ARNm.
¿Qué sigue para la tecnología de ARN mensajero?
18 años después de la publicación de su investigación y a raíz de la aceleración de las indagaciones sobre vacunas provocada por la pandemia, las terapias por ARNm han capturado por fin la atención de la comunidad científica. Esta tecnología muestra avances prometedores en la búsqueda de posibles vacunas contra el VIH o terapias contra el cáncer.
De cara al futuro, también abren el debate de la accesibilidad de este tipo de tecnología: las vacunas de ARN mensajero casi no llegaron a muchos países de bajos recursos, que reclamaron en su momento la transferencia de conocimiento para poder producir sus propios fármacos. Una de las iniciativas de la OMS para promover la difusión de este avance científico es el programa de transferencia de tecnologías de vacunas de ARNm, con sede en Sudáfrica.
El camino recorrido es largo, pero probablemente el que queda por recorrer todavía lo es más. En una entrevista con el medio español El País en mayo de 2023, Karikó comparó la investigación científica con el remo, disciplina en la que su hija es medallista olímpica. «¿Se ha fijado que se rema de espaldas al sentido de la marcha? Así también es la ciencia. Ni sabes a dónde vas, ni siquiera sabes que hay una meta. Solo sabes que tienes que seguir».