Escribe Armando Miño Rivera, Periodista Independiente y Docente Universitario (Lima – Perú).
Puede parecer sencillo ir de compras. Tomas un carro, o vas en el tuyo al primer centro comercial, a un mercado o a la tienda de la esquina. Todo fácil. Todo cool. Hablas con el tendero, el dueño de la bodega, conversar con los reponedores o vendedores que están esperando su comisión pro cada compra y sales con tu bolsa.
Este sistema casi religioso de ir y venir con paquetes es relativamente común en estos días. Pero hace 40 años, un gobierno de izquierda quiso que todos los peruanos nos levantáramos a las 4 o 5 de la mañana a realizar colas enormes por medio kilo de azúcar, unos panes y un tarro de leche, siempre y cuando compraras -además- frejoles, margarina y fideos, cosas que no salían mucho. Cosas como estas eran pan de cada día. Los niños y adolescentes íbamos en grupos, en jaurías pequeñas, acompañándonos para conseguir estas cosas. En ocasiones, pocas, eran nuestros padres, pero la mayoría de las veces éramos los niños los llamados a conseguir estos artículos.
Nos hizo fuertes, con carácter. Sufríamos, en ocasiones llorábamos de cólera, de impotencia por dormir mal y llegar al colegio con sueño y tener que hacer tareas en la tarde y luego trabajar, muchas veces, al lado de nuestros padres para tener algo en la mesa. Y de yapa, nos gritaban, nos pegaban. No era raro recibir una cachetada o un lapo en plena calle, delante del vecino, y así nunca más volver a cometer el mismo error. Fuera cual fuere ese error. Y nos hizo fuertes, repito.
Ya no estamos en esa situación, gracias a Dios. Las formas de reprender, corregir han cambiado. A veces me pregunto si fue para bien o estamos criando niños de cristal, que se quejan, molestan por el menor atisbo de soslayo o reprimenda. Incluso hay casos, varios, de jóvenes estresados, con depresión, por las formas en que son apremiados con llamadas de atención. Una locura.
Creo que existe un justo medio, una línea muy delgada entre permitir y ser permisivo, entre acoger y hacer caso a todo, en colocar a los jóvenes como potenciales clientes de todo, en todo y para todo, en detrimento de los deberes que conllevan sus actos. Todo se les da y terminan por creer que todo se les debe ser accesible y rápido. Sobre todo, rápido. No debe ser así, no. Tengo dos hijos, y se les da límites, sin el dolor de una correa o un lapo, como me lo daban. Pero límites siempre, deberes primero y al final, derechos. Al final.
Intentemos recomponer esos valores que nos hicieron vigorosos de mente y espíritu, traslademos eso a las nuevas generaciones. Coloquemos un parale a majaderías que con esa actitud -en la vida real- nada conseguirán. Pienso que comprar pan y leche como modelo de vida no les hará daño.