Escribe Armando Miño Rivera, Periodista Independiente y Docente Universitario (Lima – Perú).
Hace unos días en diversas partes del mundo se celebró el Día del Padre, fecha en la que se rinde un pequeño sorbo de altura para con los progenitores varones.
Me viene a la mente mi padre biológico, mi padre abuelo y mi padre tío, todos tratando de hacer el mejor trabajo posible. Cada uno con sus cosas particulares, desde enseñarme a leer para que adquiriera el hábito (gracias por eso) de amar las letras y crear criterios personales, pasando por golpear una pelota o aprender a nadar (o tirarme a las olas, literal) en una playa más o menos complicada por su mar movido o amar el ceviche y el chupe, el arroz con pollo y la papa a la huancaína, siempre en aquel mercado viejo, vetusto, en esas bancas con clavos por todo sitio, comiendo en platos y cucharas lavados en el mismo balde una y otra vez. No sé como diablos no me enfermé, o quizá no recuerdo que si estuve al borde la muerte. No me acuerdo.
Lo cierto es que los padres son parte vital de la vida de todo ser humano: son proveedores naturales (desde la época de las cavernas) cuando salían a cazar y traer alimento, pasando por salir a cuidar a sus crías en medio del desastre, ir a una guerra en salvaguarda de sus pequeños o ser la voz en medio de la desolación en los campos de exterminio nazi o estalinista. Un padre es fuerza y vitalidad, pone orden en la vida de los hijos, los puede alentar a creer en ellos y darle valor ante la adversidad.
Varios estudios demuestran que la ausencia en el hogar del padre provoca, entre otras cosas, que un porcentaje elevado de niños y niñas se vuelvan depresivos, consuman drogas, tornen al suicidio, roben o terminen en las cárceles por portar armas de fuego u homicidio. Los hogares monoparentales deben lidiar con asuntos que el padre debería contener y realizar. Sin embargo, este tema se ha tomado como común denominador, haciendo ver que la figura masculina en la casa no es prevalente y que -además- los hombres abandonan a sus hijos como si fueran cachorros de perro. Lo curioso es que la mayoría de padres sí están en sus casas, si proveen, si arropan, si cuidan, si ayudan, si es padre presente, no ausente.
Desde hace unos años, en diversas latitudes, al hombre se le ha demonizado, se habla de ellos como seres despreciables, personas que están al acecho de presas para violar, robar, destruir, como si de arpías mitológicas se hablara. Leyes que han hecho que un hombre ingrese a una cárcel por el solo hecho de gritar o tener una discusión con una mujer, hechos que si bien es cierto pueden ser reprobable, también viene del otro lado, pero no tiene el peso de la voz de a mujer, que por solo denunciar a un hombre se le abren las puertas de la justicia, mientras ellos deben casi callar, o les va peor. Si no miren España, Argentina, México, y otros países, donde los hombres tiene la ley en contra, como si de delincuentes se tratara.
Los padres, los míos y de cientos de colegas y amigos y compañeros y conocidos son excepcionales. Los conozco a muchos y las historias sobre ellos son sobrecogedoras. Resaltemos al hombre como parte vital de nuestra sociedad, no los embadurnemos con el oprobio o haciéndolos creer que son una lacra, como los colectivos feministas abrasivos indican. Un padre te lleva de la mano, te carga, te abraza, te ama y siempre saldrá cual león por ti ante alguien que desee hacerle daño a tu cuerpo o tu alma, siempre. Porque así somos los padres, amamos y cuidamos. No seamos injustos con ellos.
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