Escribe Armando Miño Rivera, Periodista Independiente y Docente Universitario (Lima-Perú).
Herminia tiene 38 años, seis hijos, trabaja el campo desde las 5 am hasta que el sol se oculta. Ella junto a su esposo Maximiliano mantiene a sus cuatro hijos, dos en la universidad y dos en etapa escolar aún. Herminia no tiene estudios, no ha pisado colegio, no escribe, pero hace de su trabajo el ancla fuerte que necesita su prole para tener una profesión.
María es una adolescente de solo 14 años, es tendera en un mercado desde las 3 pm hasta las 10 pm. Estudia por las mañanas, almuerza y sale a trabajar, pues el sueldo de su madre no alcanza. Su padre las abandonó a ella y sus dos hermanos menores.
Silvia es una anciana que a sus 73 años vende dulces en la puerta de su casa. No tiene necesidad, sus hijos la tratan fenomenal, pero ella se siente útil, fuerte, activa haciendo esto que llama su aporte. Y es que desde joven fue mujer de trabajo.
Fernanda acaba de cumplir 40 años, 15 de ellos frente a un micro. Es comunicadora, locutora, dirige un programa exitoso. Su esposo siempre la apoyó. Dice que lo mejor de su profesión es que se hizo sola, nadie le regaló nada, tuvo que esforzarse como cualquiera para alcanzar su meta de estar cada mañana informando y opinando con veracidad.
Libia tiene dos hijos, es maestra de inicial. Le pagan por seis horas diarias, pero trabaja 12 o 14, pues la docencia es su vida y hay que ser mejores cada día en lo que amas. No le teme a estudiar más, tiene maestría y hace cuanto curso se le aparece, quiere dar más de sí a sus niños.
Las mujeres han demostrado en la historia – cualquiera sea la época- que no necesitan de palmaditas en la espalda para hacer lo que aman, les apasiona, lo saben hacer con profesionalismo, entereza, fuerza, pasión y altura. No han necesitado de marchas verdes ni dejar a sus hijos en las calles, o simplemente no tenerlos en pro de su “futuro”. No. Ellas se cargan lo que tengan que cargar, son mujeres pues, no le temen a nada.
Una mujer de verdad no vende su conciencia, ni su cuerpo, ni sus valores por dinero, lo consiguen con trabajo a pulso. No se creen eso de “yo debo ganar más o igual que los hombres”, conocen la diferencia entre igual y merecimiento, no se molestan en ello, saben valer sus derechos pues los conocen al dedillo, no se pintan mechones para aparentar ser guerreras, lo son, son mujeres. Nunca piden más ni menos, son capaces de tener lo que les es natural y justo. Conozco muchas mujeres así, decenas de ellas.
Deseo un mundo mejor, mejor para todos, mejor para ellas también. Caminemos en ese sentido. Gracias mujeres valiosas y fuertes.