Escribe Edison Ortíz, Profesor de Historia.
Su partida se parecía mucho al drama de Crónica de una muerte anunciada de García Márquez: sí, en el libro todos sabían que iban a matar en Santiago, en esta novela real, todos sabíamos que el Diego venía coqueteando con la muerte desde hace tiempo y que alguna vez cruzaría esa línea tan delgada que lo separaba de ella.
No hace mucho, haciendo zapping por la tv – es lo único que se puede hacer con la tv abierta y gran parte del cable -, oí que en Argentina había preocupación por su salud que se deterioraba cada vez con más frecuencia. Hoy revisando sus últimas imágenes con Gimnasia y esgrima me doy cuenta de ello.
Ayer, mientras escuchaba las noticias de mediodía en Bío-Bío, se anunció repentinamente su muerte. Encendimos la tv y nos fuimos directo a CNN Chile donde todavía se decía que Maradona había sufrido un paro cardiaco hasta que algunos minutos después el canal de noticias confirmó lo señalando por la radioemisora unos momentos antes. Maradona, como en su mundo paralelo, estuvo muerto y vivo por algunos instantes.
La primera vez que supe de él fue, al igual que en su muerte, a través de la radio cuando en 1979 Argentina, de la mano del Pelusa, se erigía como campeón mundial juvenil. Luego fue en marzo de 1980 cuando vino con Argentinos Juniors y cayó ante el Colo-Colo de Caszely, Ponce y Leonel Herrera, quien hizo que el emergente ídolo mundial saliera en camillas de la cancha. Ya había tv a color, los albos aún jugaban en el estadio Nacional y la dictadura que iba en proceso de perpetuarse nos tenía drogados con fútbol.
Luego supimos cuando se fue a Boca Juniors, jugó el mundial de España de 1982, su partida al Barcelona, sus glorias en el Nápoles y la proeza de México 1986, cuando cargó con todo el peso de la selección argentina hasta llevarla a la gloria eterna. Hasta allí lo que sabíamos del Diego, era solo fútbol. Vimos como sufrió, jugando evidentemente lesionado, la derrota en los minutos finales ante Alemania en el mundial de Italia. Estaba en la cumbre de su vida y allí, comenzó también, su caída al precipicio.
Su carácter rebelde, de chico de villa miseria, lo enemistó, como diría Carcuro elegantemente, “con la señora FIFA”: levantó sindicatos, desafió al poder del futbol y éstos, luego, le pasaron la cuenta.
Su salida estrepitosa de Italia, los escándalos con la droga, su regreso a Argentina, el desastre trasandino en el mundial de Estados Unidos y el doping positivo de su principal figura, nos fueron familiarizando con su lado B. Luego, después que confesara que “le habían cortado las manos”, comenzó, como dice el tango, su cuesta abajo en la rodada. Vinieron los malos amigos, el rompimiento familiar, y los escándalos seguían y se multiplicaban incluso acusaciones de pedofilia y su recurrente abuso con el alcohol y las drogas iban conformando un coctel letal.
Un hombre de convicciones de izquierda que no renegó nunca de su origen popular, que enfrentó a la injusticia, pero que también, como fue su propia vida, se acercó a regímenes controvertidos como la Cuba de Fidel y la Venezuela de Maduro.
No fui de la generación de Pelé, por lo tanto, no lo vi jugar, salvo por videos posteriores, y eso significa que Edson Arantes nunca fue mi referente mientras fui hincha del futbol. Mis dioses fueron dos y los dos, con similitudes y muchas diferencias están muertos: Cruyff y Maradona – Cruyff, fue un rey sin corona y a Maradona nunca se la entregaron -, mientras el primero brillo como un relámpago – el Ajax y la Holanda de 1974 –para luego desaparecer de forma fulminante – no vino al mundial de 1978 -, Maradona, en cambio, quiso jugar y estar ligado hasta el final de su vida a la pelota.
No puedo negar que la figura del Diego me produce contradicciones: nunca más he visto jugar a nadie más como él, al futbol, pero su vida controvertida, la de un hombre que le ganó al destino pero que luego fue víctima de su propia historia, también hacia que uno lo fuera mirando primero con admiración, después con distancia y amargura y finalmente con pena y compasión.
La vida y muerte de Diego, debe también hacernos reflexionar sobre el sentido y significado del éxito en especial en sociedades como la nuestra cuyos parámetros del éxito nos han llevado a vivir en el mismo mundo paralelo de Diego: por detrás de la fachada de un aparente éxito se escondía un mundo de miseria, malestar, soledad y pobreza.
Ha muerto el dios más grande del fútbol, pero el más humano de los mismos.