Escribe Samuel Fernández Illanes, Académico Derecho Universidad Central.
Muchos especialistas intuyen que habrá un diferente orden internacional una vez que superemos la pandemia que nos aflige, aunque desconozcamos su real magnitud, y cuándo concluirá. Hay más incógnitas que certezas mientras no dispongamos de una cura efectiva. Sin embargo, hay algunos elementos que, si bien incompletos, pueden advertirse, como la urgente necesidad de contar con sistemas de salud adecuados para atender enormes masas de personas, simultáneamente, sobrepasando las capacidades habituales que demandan equipos y la tecnología más actualizada. Ningún país los tiene ni se podría descartar que la emergencia se repita.
Otro tanto para la economía global, que se verá golpeada por una recesión muy dura, pronosticada por organismos técnicos y connotados profesionales, de proporciones trascendentes para países menos adelantados. La libre circulación de bienes, servicios y factores productivos, como los variados procesos de integración, regionales o sub-regionales, serán alterados y seguramente, habrá que revisarlos adecuados a una nueva realidad; si consideramos que precisamente está basada en la mundialización que podrá revertirse y las prioridades variar. El cierre de fronteras, ciudades en cuarentena, paralización del transporte interno y exterior, y drástica merma del turismo, por citar algunos, se han hecho presente y por tiempo indeterminado. Una globalización que ahora va en sentido inverso. Lo que ayer era prioritario para los intercambios entre países, ha debido detenerse por fuerza mayor, sin poder evaluar todavía sus consecuencias. No son extrañas las medidas proteccionistas de bienes indispensables para contrarrestar la epidemia, que hoy se guardan para sus propios habitantes. Los planes de recuperación costarán sumas inmensas. La economía mundial no será la misma, y definitivamente, seremos más pobres.
La vida en comunidad y el contacto social se ha prohibido o limitado al máximo, como única medida de contención contagiosa efectiva. Si la interrelación humana ha sido cambiada drásticamente, sus consecuencias para el funcionamiento de todos los organismos internacionales, ha sido evidente. Prescinden de una de sus herramientas esenciales, el contacto personal que posibilita las negociaciones. No es igual por vía electrónica, que puede ser un paliativo para las reuniones formales, pero el encuentro, casual o buscado, cara a cara, deja de producirse. Basta con apagar el equipo o el teléfono. Gran parte de su utilidad se pierde. En las conferencias mundiales las relaciones personales de sus actores, para bien o para mal, siempre incide. A distancia, se vuelven formales y no espontáneas. Las invitaciones tan frecuentes en la diplomacia, simplemente han terminado por ahora.
La pandemia ha producido efectos no sólo en los casos mencionados, sino que seguramente en muchos más. Posiblemente el mundo que conocimos volverá, tarde o temprano, ojalá mejor y con muchas lecciones aprendidas. En todo caso, no será el mismo.