Escribe Alejandra Morales A., Directora de Carreras del Área Educación CFT Santo Tomás Rancagua.
Para quienes creemos en la trascendencia del espíritu, independientemente de nuestro credo, la vocación es un llamado. Es la voz de Dios, del destino o de la vida a una determinada misión. A través de ella, transformamos nuestra vida y la de otros.
La palabra vocación proviene del latín vocatio, que derivó a su vez del verbo vocare que significa “llamar”. De ahí entonces la definición del Diccionario Salamanca de la Lengua Española, que dice: “Inclinación de una persona hacia una profesión, una forma de vida o una actividad”. Para efectos prácticos, me quedo con esto último.
Si esta inclinación hace que cada persona asuma un rol social desde su disciplina, experticia y tarea, es bueno preguntarse por qué este concepto es tan sobre usado cuando se habla del espectro docente, como si fuese una característica propia y exclusiva de la profesión.
La vocación es aquella voz interna que nos hace desear desde pequeños desenvolvernos dentro de un área determinada. Es esa sospecha que nos impulsa a dibujar un cierto oficio o profesión cuando a los 5 años pensamos en nuestros sueños con la pregunta ¿qué quieres ser cuando grande?
Jean Paul Sartre en su obra “Las Palabras” planteaba que en el adulto no importa su valor, su posición social o su actitud, “decide la infancia”. Podemos decir entonces que gran parte de nuestra vida fue decidida entonces en ese período, con estos ejercicios colegiales, con la proyección de nuestros padres, con el estímulo o la falta de él que recibimos de nuestro entorno.
Una vez más, la educación se transforma en la piedra angular de cada aspecto de nuestra sociedad. En vista de esta visión, no sería errado decir que el docente no trabaja por vocación, si no que es el gestor de ella en la vida de los futuros adultos; un instrumento potente en la vida del ser humano para encontrar su propio llamado.
Nuestra vocación como educadores nos llama a hacer nuestra labor con excelencia, con entrega y dedicación, características que son y debieran ser parte de todas las profesiones y oficios. Lo que nos distingue es que somos formadores de esa vocación, moldeamos las expectativas de los futuros especialistas y trabajamos para el bienestar social de éstas y futuras generaciones.
Carlo Magno, en su época de mayor poderío dijo: “Estoy en deuda con mi padre por vivir, pero con mi maestro por vivir bien”. No creo que una frase recoja con más certeza lo que significa la figura del docente en la vida de las personas. En esta semana donde se celebra su día, me adhiero a los muchos buenos deseos para cada uno de ellos, pero por sobre todo, espero para cada profesor la posición, la retribución, el respeto y la justicia que se merecen.