Escribe Manuel Polgatiz, periodista y comentarista deportivo.
Quizás muchos dirán que el árbitro Deischler se echó el partido al bolsillo con pésimos cobros (sin duda es el más malo del torneo), y claro que tienen razón. Otros dirán que la Universidad de Concepción vino a Rancagua a hacer su negocio para sumar puntos y lo logró.
Pero donde los locales deben centrar su atención, es en el juego abúlico, sin ganas y poco profundo, que ya es una constante en esta parte del torneo. A la hora de almuerzo y con el «diente largo» observar un partido tan nefasto, es perder tiempo para prender la parrilla y zamparse un asado.
Juan Román Riquelme, uno de los mejores jugadores que vi en vivo en mi vida decía, «correr corre cualquiera, pero jugar al fútbol lo hacen pocos». Una frase hecha o cliché pero sabia y certera.
O’Higgins no corre, camina. Los celestes demuestran no tener deseos de gloria y ni fama internacional. La lentitud en la salida es exasperante, a pesar de tener todo para elevar, con tres nuevos puntos, su posición en la tabla. Caer ante los colistas (se suma Antofagasta) del campeonato es una vergüenza y no me vengan con versos extraídos de libros filosóficos o teoremas cuánticas para explicar este tipo de encuentros.
La paciencia se agotó y de ahora en más la tarea es dura y se complica por propia voluntad del plantel y el técnico, que ha errado en sus planteamientos y decisiones, como los cambios que solo enredaron más los 90 minutos. Si no se sacan el freno de mano para construir fútbol y atacar con fluidez, seguirán en baja y caída libre.
Estar entre los siete primeros del torneo no es un premio, ES UNA OBLIGACIÓN. Todas las demás fundamentaciones es chamullo y humo que empieza a congestionarme en temporada de alergias.