El valor de liderarse a sí misma

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Escribe Carmen Militza Buinizkiy, Consultor en Transformación cultural en OLIVIA.

Cuenta la leyenda que en el antiguo Egipto reinó una mujer faraón durante 22 años. Circunstancias extraordinarias la llevaron al poder cuando su esposo y medio hermano Tutmosis II fallecieron. En ese tiempo reorganizó el Estado, construyó templos, varios obeliscos, organizó campañas militares y le dio estabilidad a su pueblo, entre otras cosas. Vivió sólo 40 años. Su nombre era Hatshepsut, y después de regentar el poder por un tiempo, sin un título adecuado a sus expectativas, decidió autoproclamarse rey afirmando que lo valía, que estaba ungida por los dioses y que rompió el molde a nacer. Después de su muerte, su nombre y contribución a su sociedad fueron lentamente relegadas de la historia.

Los extraordinarios aportes de Hatshepsut, su necesidad de autoafirmarse como faraón en un acto de autorreconocimiento y el no encontrar una valoración equivalente afuera, muestra el contexto que durante mucho tiempo ha llevado a las mujeres a sentir que, a pesar de ser competentes y capaces, necesitan pelear casi “con los dientes” el derecho a ser reconocidas y luchar por la igualdad de oportunidades con los hombres.

En el pasado, ese contexto motivó actos de increíble gallardía, como las protestas por mejores condiciones laborales posteriores al 25 de marzo de 1911, cuando unas 149 personas -en su mayoría mujeres- murieron en el incendio de la fábrica Triangle Shirtwaist de Nueva York, lo que inició el camino que llevó a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) a proclamar el 8 de marzo como el día internacional de la mujer, en 1975.

Si bien aún hoy el mundo tiene importantes desafíos en cuanto a temas como la igualdad salarial entre hombres y mujeres, la dura experiencia pasada nos ha dejado algunas creencias que, a modo de impronta, nos toca superar para construir verdadera igualdad de cara al futuro.

Para esto, el primer paso es reconocer el modo en que los estereotipos nublan nuestras creencias y perpetúan el statu quo existente. Hoy en día, mujeres y hombres enfrentamos al mismo tiempo el desafío, que implica la evolución de nuestros roles en la sociedad y experimentamos la reconceptualización de las ideas del éxito y del fracaso para la construcción del futuro, a partir de un presente que muestra menos certezas que incertidumbres. En ese sentido, puede que la clave final de la igualdad esté en el respeto mutuo y en el reconocimiento de las contribuciones que cada uno puede hacer desde las diferencias.

En la diversidad hay poder. Por eso, reconocer que somos distintos, necesarios y complementarios es una tarea pendiente. La perfección, el aprendizaje lineal y la fortaleza permanente no existen para ningún género.

Así como en la historia de Hatshepsut, que hizo cosas extraordinarias como otros destacados faraones, entre las mujeres es frecuente la percepción de que hay que hacer siempre más: estudiar más, trabajar más, ser más capaz de equilibrar la familia con el trabajo. En definitiva, se actúa desde la creencia –nada infundada- de que hay que hacer un esfuerzo enorme para sobresalir y, aún así, es frecuente vacilar ante la idea de compartir los propios puntos de vista, suavizando las afirmaciones para no resultar expuestas o heridas.

Así como la primera faraón estaba convencida de su valía y se autoproclamó rey, cada mujer tiene la oportunidad de convertirse en una líder de sí misma y de expresar una individualidad poderosa, sin la duda de si es suficientemente buena porque se sabe valiosa, porque sabe que el verdadero poder reside en la aceptación de quien es y en la construcción de las capacidades para lograr lo que quiere.