El iglú individualista

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Escribe Rodrigo Larraín,  Académico Universidad Central.

Cuando era niño se veían muchos mendigos en las calles, sentados en los atrios de la iglesia o en esquinas estratégicas, extendiendo la mano por una limosna. Recuerdo los que muy temprano en la mañana se aseaban en la fuente frente a la Iglesia de San Francisco en Santiago, mudos, no hablaban entre sí, los siete mendigos de La basílica de los Sacramentinos, tampoco los vi conversar, estos eran mendigos químicamente puros, distinto es el caso de la señora con una guagua que nunca creció, pedía unos pesos en la primera cuadra de Almirante Barroso a los universitarios que acudían a la biblioteca del Centro Bellarmino.

Los cantantes de micros merecen un punto aparte, si bien hay mendigos que cantan, la mayoría desafinadamente, y conmueven el corazón pues son gente muy mayor, les hemos escuchados tonadas chilenas, boleros lacrimógenos y algo de tango, pero es el cantante de la locomoción colectiva el que vive en nuestra memoria. Un caso distinto el de los que exhibían recetas para parientes muy graves y citaciones a comparendos laborales, todos los documentos bien plastificados eso sí.

Ahora vivimos la profesionalización del cantante, con micrófono, parlantes conectados a una melodía que acompaña al cantor. Se acabó la música a capella. Pero prácticamente todas estas actividades son individuales, cuando más un dúo y, muy excepcionalmente, unos universitarios que improvisan pequeño grupo de cámara para deleitarnos con melodías clásicas conocidas. Pero al final siempre había un pedigüeño, ciertamente por necesidad.

Es decir, el ámbito de la marginalidad fue siempre individualista, cuando más unos mendigos que duermen cercanos y toman un vaso de vino compartido, pero al despertar cada uno sigue su rumbo. Ahora que vivimos tiempos decididamente individualistas, en que hay una sensibilidad muy acentuada que exige que se cumplan los derechos que se tienen, aunque alguno no son más que suposiciones y no derechos. El hecho es que se ha difundido la histórica conducta mendicante.

Últimamente han surgido en plazas parques, bandejones o cualquier superficie con pasto, iglúes donde viven una o más personas. Si uno lo compara con algunos años atrás, las personas que no tenían donde vivir, se agrupaban, hacían un comité y se tomaban algún terreno, todo ello implicaba alguna organización con roles bien definidos y un plan de acción para solucionar su problema; hoy ya no, los iglúes dispersos en distintos lugares no permiten asociatividad, la que tampoco se busca, es la ética del mendigo pedigüeño solitario que se articuló bien con el individualismo actual. Mi carpa es mi mundo. Además que hay tanta gente que reparte sándwiches y café para hacer el bien, sin implicarse mucho. Nuevos tiempos, nuevas soluciones.