Raros funerales nuevos

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Escribe Rodrigo Larraín, Sociólogo y académico Universidad Central.

Hace una semana los habitantes del sur de Santiago vieron el funeral de un vecino que murió asesinado por otros delincuentes como él. Hubo balazos, canciones, alegría, ofrendas de licores, la camiseta del club correspondiente en el ataúd, las fotos de facebook con armas, entre diversas curiosidades barriobajeras. Incluso un menor quedó herido de bala. ¿Qué significan estos funerales?, ¿Son algo más que un pintoresquismo popular? La verdad es que son una adaptación de los ritos funerarios habituales, cumplen la misma función.

Los funerales tradicionales eran una ceremonia casi siempre religiosa o, aunque sin serlo, nos remitían a una concepción de trascendencia y de vida después de esta vida. El difunto aspiraba a una existencia sobrenatural o, al menos, seguía viviendo en el recuerdo de sus deudos y conocidos. Pero eso implicaba alguna clase de conocimiento sobre ciertos temas religiosos y una adhesión a ese conocimiento, pero hoy no son los conocimientos los que predominan, así que el difunto es objeto de una ceremonia absolutamente terrenal, sin proyección en ninguna clase de más allá, sin que haya participación de divinidad alguna y en que el fin es lo que se perifonea a gritos, balazos, luces, músicas estridentes y licor. Es el fin y nada más que el fin, cuando más un muro rayado, un retrato en alguna esquina y nada más. Tanta algarabía para nada. Uno que otro hijo póstumo, tal vez con un nuevo padre, y eso sería todo.

Estos funerales son masculinos, los balazos recuerdan a un hombre de poder, admirado, envidiado y temido, y así se va, rodeado de los signos del poder, las armas, la ‘arrastrada de poncho’ a la policía, entre otras señales. No hay funerales femeninos así; pero es cuestión de tiempo… ¿Y no habrá alguna madre que vaya a dejar una flor a la tumba y rece?, ¿No habrá nadie que le haga una manda y el difunto pase a ser un santo popular, una animita milagrosa? No, pues se cerró un ciclo sociocultural, la madre no irá, pues ‘debe andar en sus cosas’, tal vez la abuela pueda ir, pero no muchas veces, porque se ha perdido la fe y la magia de las nuevas expresiones religiosas, la santería, por ejemplo, no son lúgubres sino festivas. Como los juegos artificiales, la música toda la noche del velorio, los globos y los cánticos.

Los nuevos funerales muestran la secularización de la sociedad chilena y la pérdida de confianza en el más allá, la salvación y la vida extraterrena, porque todo ello implica vivir moralmente, y los delincuentes no son morales y, por supuesto, aunque sus parientes los consideren buenos muchachos, no van a elaborar una nueva ética que les dé la seguridad de un premio más allá de esta vida. Quizás un buen mural en la población, a medida que se descascare y deje de retocarse, hacer que los nuevos habitantes miren con simpatía la imagen y, sin querer queriendo, crean que el difunto fue una buena persona.